12 agosto

12. La solitaria de «El Cervigón», por Manuel Tejedor


En suerte le cupo el Primero de Mayo de este año poder holgar a nuestro viandante. Porque no siempre el que viaja con frecuencia puede festejar el día mayor de los trabajadores (1). Otros años nos ha sorprendido la estancia en esta fecha en pequeños pueblos donde la falta de organización obrera hacía que el Primero de Mayo pasara inadvertido y se viese uno lanzado forzosamente a su habitual trabajo.

Fotografía tomada cuatro días antes de su fallecimiento, en la celebración del  Primero de Mayo (El Comercio, Gijón, 16-3-1969)Pero este año, no. Este año hemos tenido la dicha de poder estar al lado de la familia y de la organización a la vez. Y, verdaderamente, ¿por qué no decirlo?, ciertas expansiones que realizan los obreros organizados en este día no son de nuestro agrado. Suelen tener derivaciones que inconscientemente se traducen en consecuencias no muy prestigiosas precisamente.

He aquí un fundamento para que a los socialistas gijoneses les haya sugerido la acertada idea que ponen en práctica de hace unos años acá. Se trata, sencillamente, de una excursión agradable, a la vez que silenciosa. Para los socialistas de Gijón es tradicional ya hacer una visita, el día Primero de Mayo, a la solitaria de «El Cervigón», la eximia, la viril escritora librepensadora doña Rosario de Acuña. Es un homenaje sencillo, de respeto y admiración, por parte de los trabajadores socialistas y simpatizantes hacia esa valiente dama que, ya vieja, empero rompería su lanza en pro siempre de las ideas avanzadas...

Fraternizando, en grupos, hemos partido del centro de nuestra industriosa villa gijonesa a realizar la excursión. Día esplendoroso, de irradiante sol; alejándonos del bullicio de la población en donde siempre vemos la vida monótona, vulgar y cansada, empezamos bordeando la hermosa playa, respirando la brisa del mar, disfrutando a nuestras anchas... Llegamos al extrarradio de Gijón sin perder de vista el mar, expansionándonos ante el paisaje que se nos ofrece: a la izquierda, las rocas del Cantábrico, en donde el oleaje impetuoso se estrella; a la derecha, los verdes campos, pletóricos de alegría. Nos hallamos en el empalme, en la unión de la ciudad de Jovellanos y la aldea de Somió. Algo en lo alto se destaca: la mansión de la solitaria. Una modestísima casa que la circunda una tapia...

Doña Rosario de Acuña, vive en compañía de su sobrino don Carlos, el que muy atentamente nos recibe a la puerta y nos da acceso al interior. Nuestro asombro ha sido grande al apreciar el sencillo y escueto mobiliario de doña Rosario: una camilla grande, un trinchero antiguo, varias sillas, etcétera; pero no el mobiliario de lujo, ni siquiera de apariencia, que hoy cualquier familia humilde posee. De ahí el contraste.

La visita ha sido breve, pero ha sido muy grata para los excursionistas. Pocas palabras se han cruzado, pero hemos dicho mucho. Claro es que ha sido el pensamiento el que todo lo ha expresado, porque en los allí reunidos era el mismo nuestro fondo, el mismo nuestro ideal.

En la amigable charla con doña Rosario se ha revelado ora el optimismo, ora el pesimismo. La eximia escritora nos ha pedido un favor y nos ha referido una de las pinceladas de su amarga vida. Nos ha pedido, y nosotros aceptado, que a la par que en el día 1º de mayo representemos la obra Juan José, los socialistas representemos una obra suya: El padre Juan. Nos ha ofrecido el argumento de la obra, prescindiendo de cobrar los derechos. Muy agradecidos, lo hemos estimado con distinción.

La solitaria nos ha referido lo que le acaeció al querer estrenar la citada obra en Madrid, cosa que no consiguió por la prohibición del Gobierno de aquel entonces. Pretendió que la pusieran en escena varias compañías, y, aunque con sentimiento, todas se negaron. La obra era bonita; el conjunto, los personajes, la intención, la argumentación, revelaba la verdad, la justicia...; pero hablaba muy claro. Obligada se vio doña Rosario a alquilar un teatro de Madrid por veinte días, formar la compañía, encargar el vestuario y decoraciones para su propiedad. Y cuando había invertido quince mil pesetas, el día del estreno la prohibieron las autoridades, tomando éstas las bocacalles del teatro para evitar la representación.

A este respecto nos advertían, nos recordaba nuestra doña Rosario cómo volcó su fortuna en beneficio de las ideas avanzadas, procedimiento contrastable con el de nuestros políticos y seudorrevolucionarios de oficio, que gracias a sus prédicas han medrado.

Nos pareció acertada la forma en que calificaba a los políticos revolucionarios al uso. Nos decía de uno que sigue pasando por republicano en España el concepto que de él tenía, que no era otro que el de jefe de la policía palatina. Se nos refería a otro que lo fue, calificándole de político ingenuo a disposición de la Monarquía, como un gran colaborador y sostenedor, a pesar de su pregón constante de democratizarla.

Y, por último, vimos un gesto viril, varonil, a la solitaria de El Cervigón. Celebraba mucho, con gran alegría, la posición de nuestros diputados socialistas, de nuestros concejales socialistas de Madrid, del triunfo resonante en las últimas elecciones generales en Madrid. Vislumbraba llegada la hora de depurar las responsabilidades de Marruecos. Luchaba ella titánicamente ante nosotros. «A ver, amigos socialistas –nos decía– únanse ustedes los socialistas, los comunistas, los sindicalistas, los anarquistas, todos los verdaderos liberales; unirse en bloque ante esa avalancha que se nos echa encima en todos los países, que es el fascismo, que aquí lo componen los jesuitas, el clero, la Acción ciudadana, los sindicatos católicos, los libres, los mauristas, los conservadores; en fin, todos los que sostienen este podrido régimen, que se tambalea, y un simple soplo sobraría para echarlo abajo...»

¡Qué mujer más santa; qué mujer más hermosa, en un elevado sentido de la palabra!

Manuel Tejedor
León 
El Socialista, Madrid, 19-5-1923 (2)

Notas

(1) Manuel Tejedor era viajante de comercio. Miembro de la UGT y de la Agrupación Socialista de Gijón, participó en la creación de la Federación Nacional de Viajantes y Agentes de Comercio y de la Industria siendo vicepresidente de la misma en 1934.

(2) El texto, publicado dos semanas después del fallecimiento de doña Rosario de Acuña, iba precedido del siguiente comentario de la redacción del periódico: «Por la triste actualidad que encierran y como recuerdo de una exquisita manifestación de cariño a la que fue ilustre escritora, publicamos hoy las siguientes cuartillas de un estimado correligionario».



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