25 diciembre

76. A Pilar Sinués le resulta antipática


Grabado de Pilar Sinués incluido en su obra Morir sola, 1890
María del Pilar Sinués de Marco (Zaragoza, 1835-Madrid, 1893) es una de las escritoras más conocidas de la época isabelina, no tanto por sus novelas (Rosa, escrita con tan sólo 16 años, Mis vigilias...) o sus cuentos morales (La ley de Dios, La ley de la lámpara...), como por su actividad periodística que llega a su apogeo con la fundación de El Ángel del hogar, revista que dirigirá desde 1864 a 1869.

Aunque algunos investigadores han encontrado ciertas similitudes entre Pilar Sinués y Rosario de Acuña, hasta el punto de integrarlas en un mismo grupo o «generación» junto a Ángela Grassi, Faustina Sáez o Concepción Gimeno (véase Antología de la prensa periódica isabelina escrita por mujeres (1843-1894) de Íñigo Sánchez Lama), creo que tales semejanzas quedan muy desdibujadas a partir de la segunda mitad de los ochenta, cuando doña Rosario decide renunciar a las mieles literarias para convertirse en una activa propagandista del librepensamiento. A partir de ese momento, las diferencias entre ambas se hacen bien evidentes. Sirva como prueba la opinión que a Pilar Sinués le merece la trayectoria de su colega momentos después del estreno de El padre Juan (⇑):

La señora doña Rosario de Acuña, que ha dado gallardas muestras de su talento en su magnífico drama Rienzi el tribuno, en sus artículos En el campo y en otros varios trabajos, demuestra hace años un extravío mental originado sin duda por las ideas libre pensadoras que en hora fatal para ella han penetrado en su cerebro: es asidua colaboradora del periódico Las Dominicales del Libre Pensamiento, cuyas páginas apenas lee nadie: es el peor camino que esta señora, de indiscutible talento, pudiera elegir para andar decorosamente en el mundo literario, penosísimo siempre para la mujer: ésta puede ser libre-pensadora, porque nadie ha puesto límites al pensamiento, pero no puede ser libre-escritora ni aun libre-habladora, a no ser que quiera exponerse a las censuras de toda una sociedad, que estará constituida falsa e hipócritamente, pero que exige en absoluto a la mujer la apariencia siquiera de su primera y más encantadora virtud: la modestia.

Es siempre antipática la mujer irreligiosa, la que descuida sus virtudes de cristiana, pero la que hace alarde de despreciarlas sale de su esfera y queda aislada en medio de la sociedad que la rodea y que le vuelve la espalda con horror.

¡Que lástima que una inteligencia tan hermosa se haya extraviado así!, ¡qué bellas y buenas obras podía haber producido!, ¡cuánto bien para su sexo deja de hacer!

Confiamos en que un día se apartará de vanas utopías que sólo dejan vacío y desolación en el alma; todo un Voltaire ¿no dijo antes de morir que "si no hubiera Dios debería inventarse"?

Las Dominicales del Libre Pensamiento, Madrid, 20-6-1891
(Copiado de un periódico de La Habana donde fue publicado el 28 de abril)


Nota. Este comentario fue publicado originariamente en blog.educastur.es/rosariodeacunayvillanueva el 10-9-2010.




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