07 mayo

110. Velada necrológica, año XCIII

A primeros de mayo de 1924,  en el primer aniversario de la muerte de doña Rosario de Acuña Villanueva, Carlos Lamo Jiménez, su inseparable compañero, organizó lo que se dio en llamar una «velada necrológica» que tuvo lugar en el Ateneo Obrero de Gijón. Los intervinientes en aquel acto, que volvió a celebrarse al año siguiente, rememoraron algunos de los hitos más significativos de su biografía y leyeron algunos fragmentos de sus obras.

Hace unos días, coincidiendo con el XCIII aniversario del luctuoso suceso,  nos reunimos un grupo de entusiastas seguidores de la ilustre librepensadora para recordar su figura y su testimonio. Los asistentes al acto, que tuvo lugar en el Club La Nueva España –un activo foro de debate abierto a las inquietudes socioculturales de los gijoneses coordinado por Luis Miguel Piñera– pudieron escuchar al cantautor gijonés Carlos Riestra interpretar su tema «Rosario Acuña». Al final de la velada, Luis Felipe Capellín nos presentó su documental «Descubriendo a Rosario Acuña (⇑)». Si difícil es condensar en apenas treinta minutos toda una vida –y más, si cabe, la de una persona como nuestra protagonista– tan difícil, al menos, lo es hacerlo en una canción. Y los dos, creo yo, lo han conseguido. Riestra, con el ritmo y la melodía; Capellín con las imágenes y la aportación de varios de los integrantes del cada vez más nutrido grupo de quienes tienen en gran estima, por considerarlo sobresaliente y extraordinario, el testimonio vital de doña Rosario de Acuña Villanueva.

Fotografía de los intervinientes en la velada. La Nueva España, 7-5-2016

Puesto que a mí me correspondía trazar una  reseña biográfica de la homenajeada, quise prestar especial atención a sus relaciones con los trabajadores, con «el pueblo auténtico, los bajos, los últimos, los que viven de su trabajo de todos los días»; a aquellos obreros que cada Primero de mayo se desplazaban hasta su casa de El Cervigón para compartir unas horas con aquella mujer que, abandonando los privilegios de su cuna, quiso vivir y morir defendiendo la libertad, la fraternidad y la igualdad.
  
Como si de una prolongación de los actos del Primero de mayo que se celebró hace pocos días y remedando lo que se hiciera en aquella velada necrológica celebrada en el Ateneo Obrero, me pareció oportuno recordar el discurso leído en el Ateneo (⇑)  la noche del  15 de septiembre de 1888; y leer un interesante artículo, uno de los últimos escritos que hemos recuperado. Fue publicado en el Heraldo de París el 5 de enero de 1901:

Oye tú, obrero; no soy de tu clase; vengo de muy alto; en mi ascendencia hubo reinas, obispos, grandes capitanes, señores de horca y cuchillo. Sin entroncamientos con ruines, soy noble de sangre, de apellidos, de linaje. Las onzas de oro eran moneda baladí en manos de mis abuelos, y las hembras de los míos tenían sitio escogido y aparte en la iglesia parroquial de sus pueblos para cuando se dignaban acudir a ellas. En el presente soy burguesa, desde la coronilla hasta los pies; me baño, lavo y peino todos los días; tengo abrigos para el invierno y medios de pasar fresco el verano; poseo biblioteca, muebles cómodos y ropas abundantes para mi limpieza e higiene. Soy para ti una odiosa burguesa, que siempre tiene un duro en el bolsillo para un antojo, y, si quisiera, podría pasar tumbada las horas del día y dormida las de la noche ¿Te enteras bien? Soy tu enemiga por abolengo, por educación, por costumbres material y físicamente. Y por esto mismo, porque no soy de los tuyos, te voy a decir una porción de verdades, que tu debes creer como la esencia misma de la verdad, porque debes ver claro que al decírtelas no arrimo el ascua para que se ase mi sardina, sino que la arrimo para que se ase la tuya. Es decir, que no gano nada ni para mi pasado, ni para mi presente, ni para mi porvenir, porque ya tengo buena porción de años y no dejo atrás de mí ningún ser mío; en cambio, te hago a ti ganar, inspirándote ideas que acaso no te hubiesen ocurrido. Y no solamente no gano nada, sino que pierdo, y puedo perder mucho; porque pierdo la estimación de los de mi clase, que no me perdonaron ni me perdonarán nunca que ande contigo al habla; y puedo perder mucho si te facilito el camino para que realices tu ideal de retorcerme el pescuezo, quitándome antes mi bienestar. Conque mira tú, y medita sobre esto, si seré yo altruista, o sea generosa, y si tendré decidida vocación de mártir, porque no necesitándote (y, te advierto, que para mi vida individual no te necesito, porque si hubiera por ahí una isla desierta comprable, me iría a ella y sembrando, labrando y cogiendo unas patatas y ordeñando unas cabras y cosiendo de sus pieles un capisayo, no me cambiaba por una emperatriz), y no temiéndote, porque gracias a mi raza no sé lo que es miedo; no debiendo ni por mi ayer, ni por mi hoy, ni por mi mañana ayudarte, ilustrarte, ni hacerte caso para maldita cosa, voy a sacudir tu cerebro con una porción de argumentos que, si los tomas como consejo de enemigo –que es el único y verdadero consejo que se debe tomar en serio– te han de servir como arma poderosísima para concluir con la odiada sociedad burguesa. ¿Te enteras? Pues oye...

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