22 agosto

19. El agradecimiento del pueblo de Pinto a Felipe de Acuña y Solís


En febrero de 1881 es nombrado director general de Agricultura Pedro Manuel de Acuña y Espinosa de los Monteros, primo de Felipe de Acuña y Solís (bueno, primo segundo, pues de quien era primo carnal era de su padre, Luis de Acuña Valenzuela). El tal Pedro Manuel había accedido al citado cargo tras haber sido gobernador en Jaén (1868), Toledo (1869) y Sevilla (1871), así como diputado a Cortes por el distrito de Baeza (1871 y 1872). Desde la muerte de su padre en 1861, era Señor de la Torre de Valenzuela y jefe de la Casa de Acuña en Baeza (véase el comentario 128. El primo Pedro Manuel ⇑)

La llegada de Pedro Manuel a la Dirección General de Agricultura, Industria y Comercio va a propiciar la vuelta de Felipe de Acuña al ministerio de Fomento, tras haber sido jubilado tres años antes en el puesto de jefe de administración que desempeñaba en ese ministerio, dada su «imposibilidad física para continuar en el servicio activo del Estado» (cosas del turno de partidos, supongo; las mismas que lo llevaron a la situación de cesante en enero de 1875, cuando Cánovas se hizo con el poder). Sea como fuere, el caso es que la familia de Rosario de Acuña se va a ver bien favorecida con el nombramiento de su primo para tan alto puesto, pues tanto su padre, como su marido obtendrán nombramientos para puestos de responsabilidad. Así, mientras Felipe de Acuña se convierte en jefe del Negociado de Agricultura, Rafael de Laiglesia, con quien todavía convive la escritora, es nombrado visitador de Agricultura, Industria y Comercio (con un sueldo de 9000 pesetas anuales), al tiempo que se integra en la plantilla de la Gaceta Agrícola dependiente del Ministerio, (lo cual le aporta otras tres mil pesetas más). No está nada mal.

Así las cosas, el nombramiento de don Felipe de Acuña resultó providencial para la villa de Pinto que, al fin, pudo conseguir la ansiada feria de ganados que tenía solicitada. Veamos lo que al respecto nos cuenta su hija:

Poseía yo una finca campestre en Pinto, pueblecito de los alrededores de Madrid, famoso entre los cortesanos por la brutalidad de sus habitantes.

Había construido mi casa en una de las esquinas de la posesión, cercada de altas tapias, de modo que una fachada de ventanas (mi escritorio, alcoba y gabinete) daba a un camino vecinal; así que se concluyó la casa empezaron a romper a pedradas los cristales de la fachada exterior; y pasó un año rompiéndose cristales y poniéndose cristales.

Tenía entonces de fidelísima servidumbre, pues mi fortuna me permitía pagarlos espléndidamente, a un matrimonio y una hija (por cierto que como buenos manchegos, así que me quedé arruinada se apresuraron a marcharse de mi casa, la hija de ama de cura, los padres a comerse veinte o treinta mil reales que habían ahorrado en siete años que me sirvieron) En aquella época eran aún fieles servidores, y la hostilidad de los pinteños hacia los cristales de mi casa los tenía fuera de tino, hasta el punto de que, en más de una ocasión, hube de contenerlos para que no hicieran una barbaridad. Yo ínterin pensaba cómo arreglaría el asunto. Me enteré de que el Ayuntamiento tenía solicitado de la Dirección de Agricultura y con gran empeño, una feria de ganados con premios, etc.; cosa que, por más que hacían, no podían conseguir; me puse en campaña; eché mano de amistades, de influencias, de trabajo intelectual, de todo cuanto estuvo a mi alcance, y con la ayuda de mi inolvidable padre, providencia bendita de mi vida, la feria y los premios por valor de tres mil pesetas les fue otorgada. La concesión la envié por mi conducto al Ayuntamiento y al día siguiente de mandarla llamé al alcalde y enseñándole mi fiel compañera, una escopeta belga de caza, le dije:

–Por mi mano tiene el pueblo de Pinto la feria que con tanto afán pretendía, y por mi mano y esta fiel amiga, que manejo con regular acierto, va a tener el primer vecino de Pinto que apedree los cristales de mi casa una perdigonada en sitio donde no pueda matarlo, pero donde le deje recuerdo para toda su vida. Vea usted de qué modo libra a sus vecinos de una desgracia.

Enseguida monté una guardia permanente entre mis criados y yo en la ventana del desván que dominaba el campo; de día se respetaron ya los cristales, pero una noche estando estudiando casi una piedra ¡zas! una piedra se mete hasta la mesa escritorio; no se que fue antes, si el ruido del cristal roto o el ruido de dos tiros que mi criado Gabriel disparó al apedreador; cargada la escopeta con mostacilla, toda la carga la aprovechó el mozo; pero como quiera que el vecindario estaba ya en autos de lo sucedido, y aquel salvaje suelto se iba a encontrar solo ante la indignación de sus congéneres, se tragó el tiro, se curó en su casa y en silencio los rasguñotes de la mostacilla y mis cristales permanecieron incólumes durante nueve años que habité en mi finca...

En efecto, gracias a las gestiones de la nueva vecina y la situación privilegiada de su padre, Pinto inaugura durante las fiestas patronales del siguiente año su ansiada exposición de ganados, lo cual constituye todo un acontecimiento según nos cuentan los periódicos de la capital:

La corporación municipal, para dar mayor solemnidad al acto –primero de su clase que se registra en nuestra numerosa población rural– se dirigió tímidamente al director de Agricultura invitándole para que inaugurara el certamen; y el señor Acuña, teniendo en tanto el interés de las pequeñas localidades, como el de los grandes centros productores, no vaciló un instante en aceptar la invitación, se trasladó ayer mañana al mencionado pueblo, acompañado del jefe de negociado de Agricultura, D. Felipe Acuña, del señor D. Pablo Luque y de otras varias personas.

La hija de este último, la inspirada autora de Rienzi posee en el término de Pinto y casi enfrente de otra que es propiedad de Pérez Escrich una quinta, que así en su construcción como en su mobiliario y en sus más insignificantes detalles revela haberse hecho bajo la dirección de una artista que a la vez tiene la refinada coquetería de la mujer de buen tono. [Véase la aclaración de la aludida en su artículo Los pájaros (⇑)].

En esta quinta, residencia del gallo Pipaon, nombre que ha hecho célebre Pérez Galdós, fueron obsequiados el director general de Agricultura y las personas que le acompañaban con un espléndido almuerzo, del que no pudo hacer los honores la dueña de la casa por hallarse actualmente en Burdeos...

Esquela de Felipe de Acuña publicada por el Ayuntamiento de PintoEl pueblo de Pinto no podía menos que estar agradecido por los desvelos de su nueva vecina y por las gestiones realizadas por su padre, el jefe del negociado de Agricultura y así lo puso de manifiesto tan solo unos meses después.
 
Enterado de la muerte de Felipe de Acuña, Cesáreo González Maldonado y Leis, conde de la Concepción, con casa en la localidad (la llamada Casa del Conde) y presidente que fue el año anterior de las comisiones de fiestas y de la exposición de ganado, se apresura a enviar su pésame a la familia del difunto, con quien dice haber simpatizado en las celebraciones del verano anterior. Dos días después,
la corporación municipal muestra su pesar y agradecimiento: en la sesión ordinaria celebrada el 31 de enero de 1883, una vez que el presidente dio cuenta de su fallecimiento producido cuatro días antes, los regidores municipales acordaron «que tan luego como sea posible se celebren en esta parroquia exequias fúnebres de primera clase por el eterno descanso del alma de don Felipe Acuña y Solís (QEP), invitando a ellas a todas las autoridades, empleados municipales y a cuantas personas puedan asistir al acto». Los gastos ocasionados por las honras fúnebres (incluidos los de la inserción de la esquela en La Correspondencia de España que aquí se reproduce) debieron ser considerados por los munícipes pinteños como el «justo tributo» a los beneficios obtenidos por la villa tras las fructíferas gestiones realizadas por el difunto,  padre de su ilustre vecina. 





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