30 enero

96. Flamenco: Rosario de Acuña y García Lorca


Todo el que ha escrito sobre Federico pensaba que su conocimiento del cante jondo le venía dado por el Espíritu Santo. Anselmo González Climent se preguntaba cómo tenía tanta profundidad de conocimiento siendo un muchacho de 22 años. Todo eso está en Rosario de Acuña y en Núñez de Prado y en algunos sitios más.

Agustín Gómez Pérez, crítico de flamenco y escritor, sostiene en El flamenco a la luz de García Lorca (Editorial Almuzara, 2012) que el poeta granadino alimentó su precoz gusto por el flamenco con algunas de las coplas de Rosario de Acuña. Y lo cuenta en una entrevista sobre su libro publicada en el diario ABC el 21 de noviembre de ese mismo año:

Todo empieza con la poetisa Rosario de Acuña (1850-1923), que tocó unos temas que pudieron interesarle al niño que pudo ser Lorca [...] Ahí entraba ella perfectamente, y hay un paisaje que me descubre un investigador, donde veo que está presente Lorca, aunque las imágenes estén transformadas»

Esta mujer describe una fiesta campestre en Sierra Morena y dice «en el oscuro azul del firmamento». Lorca lo transforma «en la noche azul de nuestro campo», y para él ya se sitúa el cante jondo ahí. Habla de que el flamenco no tiene paisaje, pero él mismo describe un paisaje maravilloso para la seguiriya en el olivar.

Portada del Poema del cante jondo. Madrid: Ediciones Ulises, 1931 El catedrático de Flamencología y cantaor granadino Alfredo Arrebola se expresa en parecidos términos en su obra El flamenco en la obra poética de Federico García Lorca, donde sostiene que éste tomó términos e ideas de algunos autores como Rosario de Acuña y el periodista de Montilla Núñez de Prado.

Arrebola defiende que el término «duende» y otros conceptos básicos para el libro Poema del cante jondo fueron «tomados por el poeta de la escritora Rosario de Acuña, quien abordó ese tema en la época de la Restauración».

 La copla se la llevan las auras, y los acordes melodiosos, breves y ligeros vuelven a enturbiar los ecos perdidos de la noche; de las chozas vecinas sale alguna serrana atraída por el sonido de aquella voz: «Perico, canta», le dice a su compañera que también la escucha. «Vamos a que nos eche un fandango» «Madre grite usted a la María que se venga a bailar que nos vamos a la casa del tío Vicente». Pocos momentos después algunas parejas se mueven lánguidamente en torno al apagado hogar del cantador, o bajo el oscuro azul del firmamento. Perico ha entonado y los dos o tres del pueblo han acudido para bailar con las que pronto serán sus compañeras...
(Rosario de Acuña: «Correspondencia de Andalucía»)

Antonio Vargas, por su parte, en su trabajo «¿Existe un periodismo flamenco?» (Música oral del sur, nº 7, 2006) incluye a nuestra protagonista en la nómina de escritores que se ocuparon con cierta asiduidad del hecho flamenco. Y entre los textos que cita en su escrito aparece un fragmento escrito por la joven Rosario en una de sus excursiones por la tierra de su padre:

Esa rondeña, hija de África, sólo puede expresarse por cadenas flexibles de suspiros; nadie sabe lanzarlos como el ser nacido entrelos suspiros más ardientes de la naturaleza; su voz, eco perdido de una garganta sobria de palabras, ajena de las bellezas del arte, vibra con toda la energía del genio, se pliega, desciende rápida o perezosa, aguda o leve, cortada en sus períodos más brillantes por un ¡ay! solitario, recuerdo perdido de algún momento de amor (...) Canto expresivo,espontáneo, revela un alma ardiente, encerrada en toscos engarces; grito soberano del espíritu, libre por un solo segundo del poder dominador de una voluntad ruda, este canto es imagen perfecta de una chispa de brillante que oscila irradiando entre la sombra oscura de negros carbones; al mágico poder de la inspiración, el que la siente se transforma; sus ojos brillan, su imaginación gira incansable, y las palabras brotan a torrentes desde el fondo de la inteligencia.





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