13 agosto

124. «Un discurso de Rosario de Acuña», en La Unión Católica


Ahora entremos con resolución en el camino de la Verdad, estrecho y orlado de precipicios. Al verme en él tiemblo, sin vacilar. Las alimañas más estrambóticas van a surgir a sus orillas; unas, como los dogos de la fábula de Cano, comenzarán a ladrar; otras se harán las mortecinas, a ver si tropiezo con ellas inadvertidamente; muchas, con la propiedad que tiene la cobardía de ensañarse contra los que imagina indefensos, entablarán un concierto de aullidos. ¡Qué afortunada sería si, creyendo usar la mejor arma, guardasen un profundo silencio!...»

Cuando, a finales del ochenta y cuatro, envió a Ramón Chíes aquella carta (⇑) en la que manifiesta su adhesión a la causa del librepensamiento, ya suponía lo que le habría de esperar desde entonces, por más que, puestos a suponer, albergara la esperanza de pasar inadvertida, la esperanza de que guardaran silencio quienes desde entonces iban a ser sus oponentes.

Esperanza vana. No callaron, no. 

 Mucho antes de que en 1911 la mayoría de periódicos del país descargaran toda su artillería contra la autora de «La jarca de la universidad (⇑)»; mucho antes de que el  Diario de Galicia afirmara rotundo que Rosario de Acuña no era mujer (⇑), o mejor dicho, no lo era más que fisiológicamente.

 ¡Parece increíble que el cerebro donde tales ideas se elaboran, esté regado por un corazón de mujer y sean vertidas en la tierra clásica de la hidalguía...! Si bien la Acuña, ni es mujer más que fisiológicamente, ni española, porque no desperdicia ocasión de escarnecer la patria generosa en que nació.

Mucho antes de todo eso, a raíz de que Rosario de Acuña pronunciara en el Fomento de las Artes la conferencia titulada Consecuencias de la degeneración femenina (⇑), el «diario religioso, político y literario» La Unión Católica se despachaba a gusto, tanto en lo referente al contenido como –en mayor medida– a la conferenciante:

¡Qué difícil y qué triste es tener que ocuparse en los delirios y en las producciones patológicas de una mujer!
La mujer, por razón de su sexo, por la grandeza latente que lleva en su alma y por la nobleza genuina de los sentimientos de su corazón, merece el mayor respeto. Dios mismo la llevó a la cima de la gloria en la persona adorable de la Virgen Maria. El espíritu cristiano la redimió convirtiéndola de cosa en persona, de instrumento de placer en compañera del hombre. La Religión la santifica y la eleva con las alas blancas de la fe y de la vocación religiosa a aquellas alturas donde solo se oyen los cánticos de los ángeles y de los serafines.

Fragmento del artículo «Un discurso de Rosario de Acuña», publicado en el diario La Unión Católica

La tradición constante del Catolicismo y de la Iglesia ha sido de rendir un tributo de consideración a la dignidad de la mujer, deprimida, rebajada y escarnecida en el mundo pagano. El teatro cristiano, la pintura cristiana, la literatura cristiana, la predicación cristiana, son una verdadera apología de la mujer. Todas las costumbres de la Edad Media, durante la cual el Catolicismo floreció con vigor y brilló con esplendor soberano, revelan los sentimientos caballerescos que hacia la mujer brotan del gran ideal espiritualista y cristiano. Y es que la rehabilitación de la mujer surgió, enfrente del sensualismo y del racionalismo paganos, de la sombra redentora de la Cruz y de la nueva teología que propagaron los Apóstoles.

Ahora bien; si todo esto es verdad, según lo acredita la historia, según lo muestran suficientemente la civilización cristiana y toda la organización de la sociedad cristiana y de la familia cristiana, por fuerza han de causar pena y dolor en el ánimo el verse en la precisión de fijarse en las excepciones y accidentes que se apartan de la regla general. Corruptio optimi pesaima.

Una mujer extraviada, que tiene la desgracia de haber renegado de las oraciones que le enseñó su madre en el regazo del amor, y de haber aprendido a recitar y a escribir en público las blasfemias más atroces de la impiedad y del librepensamiento, ha leído la otra noche una conferencia acerca «de las consecuencias de la degeneración femenina», y que hoy trascribe el periódico de la secta Las Dominicales.

Como todos los errores y todos los horrores de la conferencia susodicha han sido propagados en un centro público, ante un auditorio del cual formaba parte bastante número de mujeres, y como además se ven ahora reproducidos públicamente en el periódico más impío de España, deber nuestro es el de examinar o, mejor dicho, el de poner en evidencia y de manifiesto, los disparates con que tratan de agitar las pasiones de las mujeres, las mujeres del libre-pensamiento, las mujeres que en vez de estar en el hogar santo de la familia prestando culto a las virtudes domésticas, se salen a la plaza pública a vocear lo que llaman la emancipación de la mujer, esto es, no la redención cristiana y grandiosa de la mujer, sino la corrupción de la mujer, la mujer libertina, la mujer sin pudor, la mujer esclava de las pasiones políticas y de las pasiones de la carne, la mujer atropellando y profanando todas las grandezas y virtudes y aureolas y laureles de su sexo, la mujer que abandona la casa y deja huérfanos a sus hijos, y arrincona todos sus cuidados para ir a buscar los placeres de la calle, o las violencias políticas de los partidos.

No crean, pues, nuestros lectores, que vamos a discutir la conferencia a que nos referimos, pues que los delitos o los casos de Psicatria [sic] no se discuten, sino que se sentencian, o para la galera o para el manicomio. Vamos solo a declarar muy alto que el buen sentido, la honradez, la conciencia, la razón y el gran espíritu moral y religioso de la mujer española, de la inmensa mayoría de las damas españolas, rechaza con energía, en la teoría y en la práctica, esa propaganda revolucionaria de la peor especie, bautizada con el enfático título de «emancipación de la mujer.»

¿Qué señora española escuchará esas voces, pronunciado en público, de que la mujer educada en el seno de la familia y de los sentimientos cristianos, nace, vive y se desarrolla deformemente, de que la mujer debe emanciparse de la Religión, de la fe, de la oración, de la caridad, de la tranquilidad del hogar, de la autoridad patriarcal de su marido y de la ley, y ponerse el mandil del librepensamiento e ir a las logias a tomar parte en aquellos espectáculos repugnantes de que en el capítulo sobre las hermanas masonas nos habla León Taxil?

En la conferencia que, por desgracia nuestra, nos ocupamos, hay una parte pornográfica respecto a embriología y tocología, parte pornográfica que no se atrevería a explicar siquiera en su cátedra o en su clínica un catedrático de Medicina, por exigentes y forzosas que sean las necesidades de la enseñanza. Esto muestra que todas las libertades que proclama el racionalismo libre-pensador, es con el único objeto de restaurar el naturalismo pagano, el sensualismo tentador, la práctica de las máximas de Jouvier y Saint-Simon, acerca de la santificación de las pasiones y de la rehabilitación de la carne.

Por lo demás, la claridad, la corrección, la sintaxis, la sindéresis y la literatura de la desastrosa y abigarrada conferencia a que nos referimos, corren parejas con su pornografía. Para que no se crea que exageramos, perdónennos nuestros lectores que trascribamos uno de los pasajes, el más claro y limpio quizás, de la citada conferencia? «Si, por cierto, decía la oradora, que el eterno femenino, en su misión de sintetizar la vida, cuando acciona en el mundo intelectual, tampoco inicia la creación, sino que condensa, recoge, acumula, conforma, reúne, armoniza y abarca, hasta dejar un Todo cumplido, capaz de trasmitir con su riqueza de cohesiones los rasgos de la perfectibilidad.» Basta y sobra con poner de manifiesto esa jerga, para comprender el estado intelectual y moral de la conferencia femenina. Por lo demás, ese eterno femenino de la oradora es peliagudo y oscuro como boca de lobo.

La Unión Católica, Madrid, 25-4-1888




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