20 agosto

125. La pesada losa de Rienzi


Tan sólo tenía veinticinco años y el éxito de Rienzi (⇑) le había situado en el centro del escenario; los ojos de cuantos tenían algo que decir en el mundo del teatro nacional estaban puestos sobre ella. Todos esperaban el estreno de una nueva obra para poder confirmar que aquella joven había llegado para quedarse; que de su fecunda y ardorosa inspiración podían surgir primorosos dramas; que Rosario de Acuña Villanueva podía convertirse en la sucesora de la Avellaneda.

Imagen de la portada de Rienzi el tribuno
Ella sabía de la sorpresa y admiración que aquel estreno había causado. Conocía las alabanzas de Manuel de la Revilla, de Peregrín García Cadena, de Ramón de Navarrete, Asmodeo. Sabía que Rienzi le brindaba la  oportunidad de consagrarse como poeta dramático, de alcanzar la gloria literaria, de agradecer los desvelos que su padre había realizado para ilustrar a su hija semiciega, de colmar de orgullo y satisfacción a los suyos... Lo sabía bien. Y fue pronto consciente de ello, pues pocas semanas después del estreno escribe en el prólogo de su poemario Ecos del alma (⇑) lo que sigue:

  «…él me sirvió de carta de naturaleza entre los aspirantes a la entrada del Parnaso, y aunque en el número de orden sé que estoy de los últimos, no por eso dejo de vanagloriarme de haber logrado siquiera la aproximación a los umbrales de tan hermoso reino…»

 En efecto, sabía de los parabienes que su primer drama había cosechado, pero también de los defectos que los críticos habían encontrado en Rienzi, achacables –según opinión compartida– a la inexperiencia de la autora. García Cadena habla de elementos desordenados y señala que «el conjunto está desprovisto de cohesión y de sólida contextura». Manuel de la Revilla, por su parte,  afirma que es un drama «mejor sentido y escrito que pensado, lleno de inexperiencia», por más que también diga  que la obra rebosa inspiración, que los personajes están «vigorosamente acentuados», que la autora utiliza recursos atrevidos, versificación robusta, bellas imágenes y hermosos pensamientos.

Era consciente de que se encontraba a la puerta que daba acceso al Parnaso; también de que  franquearla o no dependía en gran medida de lo que hiciera a continuación, de su segundo drama. ¿Sería capaz? ¿Podría conseguirlo? Las dudas acechan; la responsabilidad cobra entonces mayor presencia que cuando escribiera Rienzi; la inseguridad se va abriendo camino... Por si fuera poco, se encontraba lejos de todo, lejos de los suyos, lejos de los amigos que bien pudieran aconsejarla...

Bien. De la necesidad se hace virtud: está en Zaragoza, pues Zaragoza será el escenario. Su segundo drama  estará ambientado en la heroica defensa de la capital zaragozana durante la Guerra de la Independencia. Se llamará Amor a la patria (⇑). Una vez tomada la decisión, no queda más que coger la pluma y aplicarse a la labor, por más que las dudas surjan una y otra vez. La presión no aminora cuando la obra está concluida. ¿Será buena?, ¿estará a la altura de lo que de mí se espera? ¿Estrenarla en Madrid o mejor en Zaragoza? ¿Qué dirá la crítica?... Dudas y vacilaciones que seguían acechando, hasta tal punto de que a ellas bien pudiera deberse el hecho de que usara un seudónimo –por primera y única vez– cuando a finales de noviembre de 1877 se estrenara la obra en la capital aragonesa.

Y con el estreno de su segundo drama no se aquietó su ánimo, por más que fuera aclamado por el público, por más que fuera alabado y aplaudido por José Ortega y Munilla. No, las dudas persistían, los temores seguían al acecho. Así que, apenas unas semanas después del segundo estreno, cuando las fiestas navideñas la retornan a Madrid, llama a algunos de sus amigos escritores para pedirles auxilio y consejo. A su llamada acuden, al menos,  José Echegaray, Francisco Pérez Echevarría, Gaspar Núñez de Arce y Ramón Rodríguez Correa. La velada tuvo por protagonista el teatro: se leyó el único acto de la obra recién estrenada  y se trataron los problemas que se encontraba su autora para estrenarla en Madrid; también se habló de un nuevo proyecto en el cual la joven poeta estaba trabajando... Y todos se dieron cuenta del estado en que se encontraba su anfitriona. Rodríguez Correa nos lo cuenta:

...al ver el decaimiento de la autora para escribir más dramas, en vista de las dificultades que se experimentan para ponerlo en escena, dificultades que si forman una carrera de obstáculos para un hombre, son casi insuperables para una dama, todos los que allí estábamos, dejando aparte la galantería, exigimos y obtuvimos la promesa de ver pronto en el mundo un hermano de Rienzi, comprometiéndonos todos a que si el niño nacía viable correríamos con los afanes y cuidados de sacarle de pila.

Pocos meses después, los asistentes a aquella velada son convocados de nuevo para asistir en el teatro Español de Madrid a la lectura de Tribunales de venganza (⇑), un drama en tres actos inspirado en las Germanías valencianas. De nuevo es Rodríguez Correa quien nos cuenta las impresiones de los presentes tras aquella lectura:

...causó el entusiasmo de cuantos le oíamos, en lo que se refiere a la forma bellísima literaria y a la admirable sujeción a la verdad histórica de su asunto y personajes. Todos opinamos que el drama tenía un flaco y era el segundo acto en el que, además de parecer más premiosa la inspiración de la autora, se acumulaban recursos que podían comprometer el éxito de la obra. En cambio, la nitidez de la exposición en el primer acto y las maravillas de versificación, de majestad y de grandeza que formaban el tercero, reducido a una protesta elocuente y en acción contra la pena de muerte por delitos políticos, constituía un asunto que debía ser simpático en la época moderna, y en cuya representación no había peligro si se llegaban a salvar los inconvenientes que a nuestro juicio ofrecía la representación del segundo acto.

Después de algunas dificultades y más de un retraso, el martes 6 de abril del año ochenta se estrena el drama en el escenario del teatro Español. Su autora no utiliza en esta ocasión un seudónimo, pero su nombre no es conocido por el público. Parece que las dudas continúan. Están presentes hasta tal punto que, según cuentan las crónicas, Rosario de Acuña no asistió al estreno, y ello a pesar de haberse trasladado de Zaragoza a Madrid con esa intención. Dicen que, a última hora, decidió no acudir y pasar la noche en Aranjuez.  Allí se entera de que, finalizado el primer acto,  los presentes aplauden y llaman al autor al escenario, pero se mantiene la incógnita.  Entre aplausos se escucha el segundo, volviendo a pedirse al final el nombre del autor, que continúa sin saberse. Se aplauden varios trozos del tercer acto, pero al caer el telón y ser llamado nuevamente el autor, se establece una división entre el público.

Dicen que alguien de su entorno que se encontraba en el teatro, comunica por telegrama el resultado. Al conocer el inconsistente veredicto del público, Rosario de Acuña toma una drástica decisión: aquella sería la primera y también la última representación del drama, no habría más. Las dudas que albergaba desde que Rienzi la hubiera llevado hasta las puertas de la gloria, no se disipaban. Sus amigos escritores le habían aconsejado que modificara el segundo acto, y el público lo aplaudió;  alabaron el tercero («maravillas de versificación, de majestad y de grandeza»), y al público no le convenció...

Cuatro años atrás, cuando el estreno de Rienzi, público y crítica habían coincidido en las alabanzas. Amor a la patria, que cosechó el aplauso de sus nuevos vecinos zaragozanos, seguía siendo desconocido por la crítica madrileña. Y ahora que, ilusionada por el aliento de los próximos,  había conseguido volver a estrenar en Madrid: para Tribunales de venganza, la tibieza, la división de opiniones. El éxito cosechado por Rienzi constituía una pesada losa. Los dos dramas que había escrito después no habían conseguido brillar a la misma altura. Rienzi era la medida. El cronista lo resume perfectamente: «Tribunales de Venganza contiene grandes bellezas líricas; como drama vale mucho menos que Rienzi, primera y afortunada tentativa teatral de su aventajada autora».

La pesada losa de Rienzi estará siempre presente; hasta el final; hasta el estreno de su último drama. A finales de 1893 estrena La voz de la patria (⇑), con el cual retorna en buena medida al ámbito más literario, tras el paréntesis militante que supuso El padre Juan (⇑). Aquella obra supone su último intento de superar la alargada sombra de Rienzi:

Al llevar al tribunal de la pública opinión este drama, no es factor insustituible mi presencia en el teatro: no es obra de lucha, de controversia; es el eco de una realidad del presente; no se trata en él de sellar, con la vida si fuera preciso, la libertad de conciencia, de pensamiento; anexo a él no va más que el hecho escueto de la aprobación, o repulsa, hacia un talento literario: ¡Triunfo o derrota baladí, porque es personalísimo, esencial a mí, sin trascendencia para la ejemplaridad, para el apostolado del progreso!...




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