27 mayo

160. Convertida en crítica literaria (y de otras artes)


Aunque, en ocasiones, presume de ser mujer hacendosa (⇑), sus ocupaciones habituales trascienden el ámbito doméstico. Sabemos de su amor por la naturaleza y de su afición por la montaña (⇑), conocemos su actividad como avicultora (⇑), tenemos noticias de sus viajes a caballo (⇑) recorriendo durante meses la geografía hispana... Y, claro es, también de su actividad como escritora, campo en el cual tampoco puede decirse que lo ejerciera con limitaciones de tema o de género, pues si alcanzó notoriedad como dramaturga o poeta, no menor fue su fama como luchadora tenaz frente a la discriminación de la mujer o como propagandista del librepensamiento. Menos conocida es, sin embargo, su incursión en el ámbito de la crítica artística.

 Boceto de La invasión de los bárbaros  que se conserva en el museo Ulpiano García (Colmenar de Oreja, Madrid)

A pesar de que en «El amigo Manso» (⇑), artículo escrito en el año 1882 a propósito de la publicación de la novela de Galdós así titulada, encontramos algunos elementos que pudieran permitirnos calificar el texto como una crítica literaria, al menos en lo que atañe a su componente divulgativo (dar a conocer una obra, manifestar públicamente su «admiración hacia lo bello»), no será hasta algunos años más tarde cuando nuestra autora confiese su propósito de realizar la crítica de una obra, de ejercer «el improvisado oficio» que tiene por objeto el enjuiciamiento crítico de libros ajenos.
 
Tal sucedió con «La valija rota» (⇑), donde doña Rosario da cumplida satisfacción a la promesa realizada a Eduardo Gómez Sigura, autor de la obra del mismo título. Y lo hace no sin lamentarse del ofrecimiento, de  la palabra dada, «pues a saber yo el mucho trabajo que me había de costar meterme a crítica, le juro que no se la hubiera dado...»

No obstante las lamentaciones, al año siguiente volverá a tomar la pluma para comentar las virtudes de la obra Fray Giordano Bruno y su tiempo (⇑), de su amigo Luis París y Zejín. La amistad con el autor,  la significación que para los librepensadores tiene el protagonista del libro y la asunción de su nuevo papel de publicista y propagadora de la libertad, la llevan a firmar este escrito con claro objetivo divulgador.

Similares planteamientos, combativos y proselitistas, encontramos en su artículo «Trata de blancos» (⇑), dedicado a cantar las excelencias del drama del mismo nombre, en el cual Leopoldo Cano, su autor, «ha llevado a los esplendores del arte ese fondo de crítica sangrienta, redentora y precisa en toda sociedad decadente como la que nos rodea».

No fue solo en el terreno literario, pues se adentró también en el ámbito de otras artes.  A los fieles lectores que siguen con atención sus artículos, les transmitió sus impresiones, sus emociones estéticas,  acerca de pinturas y de esculturas, acerca de músicos e instrumentos musicales. En lo referente al «arte de las musas» ya he dejado alguna constancia en el comentario 32. Música, música: de la copla a la ópera (⇑), donde se habla del entusiasmo que en ella despiertan  violinistas, guitarristas, barítonos o tenores.

Si la música fue asunto que salpicó sus escritos a lo largo de toda su vida, pues de ella se ocupa tanto en su etapa juvenil como en la vejez, no sucedió lo mismo con el resto de las artes: las críticas que conocemos sobre obras literarias, pictóricas o escultóricas están escritas en los años ochenta, y éstas últimas con ocasión de la Exposición de Bellas Artes del año 1887. Acudió a la misma y como resultado de la visita escribió dos artículos, fechados ambos en el mes de mayo de ese año: «Invasión de los bárbaros» (⇑), cuadro de grandes dimensiones pintado por Ulpiano Checa, y «La tradición» (⇑), grupo escultórico de Agustín Querol.

Quizás en su ánimo no estuviera realizar una valoración de la obra con la vista puesta en la Historia del arte, en comparar estilos, escuelas o técnicas. Quizás el resultado sea más divulgativo o, si se quiere,  pedagógico que estrictamente crítico. Ciertamente, tras la lectura de alguno de los párrafos, podemos deducir que su pretensión es la de transmitir las sensaciones y emociones que ella ha sentido al contemplar las obras; que pretende resaltar las potencialidades formativas, de enriquecimiento personal, que brinda la atenta contemplación  de las obras comentadas. Conviene recordar que por entonces los escritos de doña Rosario son seguidos por muchas mujeres (librepensadoras, no lo olvidemos) y que ella ha asumido un activo papel de propagandista, de guía de sus compañeras: « yo me contentaré con combatir a los enemigos, sean los que fueren, del hogar, de la virtud femenina, de la ilustración de la mujer, de la dignificación de la compañera del hombre».

La escultura o la pintura son motivos tan útiles como otros para transmitir a sus lectoras sus inquietudes y sus certidumbres, tanto como las  ruinas de un castillo feudal (⇑) o la contemplación de los tesoros de la Naturaleza.

La invasión de los bárbaros, según un dibujo de P. y Valor (La Ilustración Ibérica, 25-6-1887)

Cuando un observador de mediano sentido racional se para delante de este soberbio lienzo, una corriente inexplicable atraviesa por el pensamiento bañándolo en luces que fulguran con esplendores de incendio, y en crepúsculos que irradian con sombras de melancolía; cuando el choque de la impresión se atenúa y sus últimas ondulaciones dejan en los ilimitados horizontes del entendimiento la diáfana serenidad, generatriz de todo raciocinio, entonces comienza la idea a levantarse poderosa ente esta obra hermosísima que palpita con todas las excelsitudes de la vida que es toda luz, movimiento, esperanza y grandeza: la imaginación se apodera de la realidad, la encarna, la subyuga, y mediante la emoción estética que produce esta obra pictórica, condensa, sintetiza y abarca la complejidad de la historia, de la raza y de la humanidad; y cuando ya ha medido, de un solo golpe, el maravilloso conjunto, se vuelve hacia el presente y rinde tributo de admiración al genio que, de tal modo acertó a interpretar sobre la tosca trama de un lienzo uno de los más grandes poemas humanos. En efecto «Invasión de los bárbaros» es más que un trabajo artístico, es más que un cuadro histórico, es más que un alarde de atrevimiento, es un inmenso poema cantado sobre el lienzo con las tonalidades de la pintura; todo en él habla y conmueve, todo en él hace pensar.





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