20 febrero

99. «La jarca» a la luz de Elena Hernández Sandoica


A la Universidad Central acuden –o acudían, mejor dicho- seis señoritas que cursaban en la cátedra de Literatura General y Española. Estas seis gentiles alumnas –dos francesas, dos españolas, una alemana y una yanqui– concurrieron desde el primer día a su clase sin que se les pasara por sus mientes que iba a ocurrir lo que verá el curioso lector.
Dentro de clase ya, la mayoría de los alumnos se comportaron como en ellos es proverbial, descaradamente. Pero unos cuantos zamacucos de esos que están pidiendo a veces la policía del tabor, comenzaron a propasarse en términos indecorosos. Al día siguiente, una de las alumnas extranjeras dejó, indignada y ofendida, de asistir a clase, por ser en la que más innoblemente se cebaron las groserías de unos pocos.

Hace unos días pude disfrutar de la conferencia «Rosario de Acuña y "La jarca de la universidad"»,  la última de las dedicadas  a nuestra protagonista que el instituto que lleva su nombre programó con ocasión de su XXV aniversario.  La conferenciante era Elena Hernández Sandoica, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid e historiadora de amplia trayectoria y reconocido prestigio. De la primera da testimonio fehaciente su larga lista de publicaciones acerca del colonialismo, las tendencias historiográficas, la historia cultural o la historia de las mujeres; del segundo, sus numerosas colaboraciones en trabajos colectivos, los cursos que ha impartido, las conferencias que ha pronunciado, así como los seminarios y congresos, tanto nacionales como internacionales, en los que ha participado.

Elena Hernández Sandoica durante la conferencia
El Comercio, Gijón, 13-2-2016

No obstante, de su brillante currículum, de todas las publicaciones que en él aparecen, hay una que, a nuestros ojos, adquiere un brillo especial. En el año 2012 aparece el libro Política y escritura de mujeres, una publicación coordinada por ella misma, en la que se incluye su ensayo «Rosario de Acuña: La escritura y la vida», que empieza con una afirmación, que, viniendo de quien viene, resulta muy gratificante: «Rosario de Acuña ha sido reencontrada por la historia», para proseguir con una referencia al proceso de recuperación de su memoria, un esfuerzo colectivo iniciado por Regina de Lamo en los años veinte y que continuaron Amaro del Rosal, Patricio Adúriz, Luciano Castañón, Sara Suárez Solís, Carmen Simón y algunos otros que desde entonces se sintieron, nos sentimos, atraídos por la apasionante biografía de esta mujer que, renunciando a los privilegios de su confortable cuna, emprendió una larga y desigual batalla en defensa de la verdad y la libertad. No me cabe duda alguna, que esta lista cuenta desde entonces con una nueva integrante, pues la propia Elena confiesa que en cuanto empezó a leer sus escritos no pudo dejarlo, que quedó atrapada por su «personalidad magnética».

El grupo de tenorios vergonzantes –conocido ya, propiamente, por la jarca– situose en la esquina y en acecho. Bien pronto una de las señoritas pasó ante el grupo, tan ajena, y en menos que se dice la rodearon, vejándola con un vocabulario de burdel e intentando ofenderla también de obra. La pobre señorita –que, por añadidura, es extranjera– lloraba, con sus libros bajo el brazo, el error de venir a España a estudiar en la universidad de más renombre.

Estamos en 1911. Rosario de Acuña lleva apenas dos años residiendo de seguido en Gijón. Parece que, al fin,  ha encontrado en El Cervigón, en la casa del acantilado, el ansiado retiro en el que pasar los últimos años de su vida... Sin embargo, leyó la noticia, leyó aquel escrito de Cristóbal de Castro que con el título «Por honor de la Universidad» publicó el Heraldo de Madrid el 14 de octubre de 1911. Podía –como resaltó la conferenciante– no haberlo leído, pero lo leyó.  Y reaccionó ante aquella afrenta que sintió como propia con el arma que mejor dominaba. Y escribió «La jarca de la universidad» (⇑).

Al comentar algunas de las expresiones utilizadas por Rosario de Acuña en aquel escrito, Hernández Sandoica señaló que, aunque no cabía otra cosa que considerarlos como duros, no era la primera vez que los había utilizado. De hecho llevaba años usándolos y como prueba leyó los versos del soneto «España a fines de siglo» (⇑), publicado en 1900, once años atrás:

Muchas plazas de toros donde chilla
muchedumbre de brutos sanguinarios,
juventud de maricas o sectarios;
infancia que en pedreas acribilla.

Los términos que empleaba eran, en efecto, similares. Los había escrito con anterioridad y, sin embargo, aquellas duras palabras no tuvieron entonces la trascendencia y las graves repercusiones que ahora aguardaban a su autora.

¿Por qué a finales de 1911 sucedieron las cosas como sucedieron y no de otra forma? Elena Hernández Sandoica  enumera en su intervención las diversas opciones que, pudiendo haber sido, no fueron y, no siéndolo, terminaron por conducir a Rosario de Acuña al exilio portugués. Empezando por el hecho de que la protagonista de esta historia podría no haber leído el texto de Cristóbal de Castro, pero lo leyó y –no pudo menos– escribió La jarca. Podría haberlo escrito y, cumplida ya su misión catártica, dejarlo  en  el montón de los inéditos. Pero no, se lo envió, como había hecho con otros anteriormente, a su amigo Bonafoux, que lo publicó en París. Y ahí podría haber acabado todo: lo leen sus lectores habituales y punto final. Tampoco. Uno de los periódicos de Alejandro Lerroux decide volver a publicarlo. Y lo hace precisamente El Progreso, que se edita en Barcelona. Los estudiantes universitarios llevaban ya un tiempo revueltos y a las Juventudes Radicales no les vienen mal las algaradas; a las Juventudes Mauristas, parece ser que tampoco. En la primera manifestación de estudiantes contra el artículo alguien utiliza armas de fuego y hay heridos...

Y se armó. Vaya si se armó y, además, se hizo rápidamente y sin excepciones. Tanto es así que Hernández Sandoica, que ha estudiado varios conflictos universitarios, tanto del XIX como del XX, afirmó en su intervención que en ninguno  se produjo una movilización tan rápida y tan contundente: en unos pocos días cerraron todas las universidades y la mayoría de los institutos.  No recuerda «un movimiento estudiantil tan bien organizado ni tan seguido en prensa».

No haber leído la noticia; no haber escrito La jarca; no haber enviado el texto; no haber sido reproducido en un periódico barcelonés... Un juzgado de Barcelona dicta una orden de detención. Dos guardias civiles se presentaron en El Cervigón...




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