25 diciembre

72. De un banquete en el Café de Fornos y de su trascendencia


Tengo escrito que la gran transformación en la vida de Rosario de Acuña se produjo en los primeros años de su residencia en Pinto; que tras la prematura muerte de su padre, acaecida en enero de 1883, se inició para ella un tiempo de reacomodo, de cambio, de metamorfosis:

«Huérfana de padre ("un alma como la suya, gemela en el amor hacia todas las lealtades") y definitivamente separada de su marido, los meses que siguieron a aquel aciago inicio de 1883 conformaron un tiempo de gran trascendencia para nuestra protagonista, a juzgar por el brusco giro que, tiempo después, tomó su vida. Fueron aquellos meses momento de analizar las leyes que rigen el universo, de diseccionar las costumbres animales, de echar mano de la teoría darwiniana que su abuelo materno, fallecido unos meses antes, se empeñó en que conociera; de repensar las enseñanzas del Evangelio, de analizar las enseñanzas de otras religiones, de separar la paja del grano; de diseccionar el alma humana, de contemplar su bondad y de analizar las causas que la enturbian; de rememorar las primeras imágenes del pasado de la humanidad, que su padre le hizo ver cuando ella estaba casi ciega...» (Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑), pág. 170).

De lo que hoy quiero hablar es del inicio del fin de esa etapa de cambio, del momento en que doña Rosario ve la luz al final del túnel en que se metió su vida tras el fallecimiento de su padre. Hay indicios suficientes para pensar que tal cosa sucede a finales del otoño de 1884 y, puestos a buscar la instantánea que reflejara ese momento, no se me ocurre otra mejor que el banquete que Rosario de Acuña Villanueva ofreció a unos distinguidos invitados en el madrileño Café de Fornos.

Imagen de la fachada del Café de Fornos (1908)

Veamos. El discurso que Miguel Morayta pronuncia en la apertura del curso 1884-85 desata una oleada de reacciones por parte de los sectores más conservadores, los cuales consideran que lo dicho por el profesor en la tribuna universitaria es de todo punto irreverente y herético. La prensa confesional, liderada por El Siglo Futuro, arremete no solo contra el señor Morayta, sino también contra el Gobierno, y en especial contra el nuevo ministro de Fomento, el otrora neocatólico y lider de la Unión Católica, Alejandro Pidal y Mon, a quien acusan de ser muy permisivo con los profesores liberales. La reacción no se hace esperar: los estudiantes universitarios se echan a la calle en defensa de la libertad de cátedra.

La nueva Rosario de Acuña hace pública su posición de apoyo tanto a Miguel Morayta como a los estudiantes. En primer lugar hace pública una carta (⇑) que es ampliamente reproducida por los periódicos madrileños, en la cual se compromete a costear la matrícula a uno de los estudiantes de la Facultad de Medicina si las autoridades acordasen la supresión de las matrículas de honor. Una semana más tarde ofrece un banquete en el Café de Fornos a una comisión de estudiantes.

Además de los estudiantes son invitados otros conocidos librepensadores, entre los cuales se encuentran el diputado Ruperto J. Chávarri, el escritor y político Eduardo Gómez Sigura, el profesor Miguel Morayta y Ramón Chíes, uno de los directores de Las Dominicales del Libre Pensamiento.

A los postres, según contó la prensa, la anfitriona pronunció un brindis por la libertad y la juventud. Lo que no contaron la mayoría de los periódicos es que doña Rosario comunicó a los presentes su decisión de adherirse públicamente a la causa del librepensamiento que con tanto afán defienden Las Domincales.

Pues sí. Bien puede decirse que aquel banquete en el Café de Fornos resultó ser la presentación en sociedad de la nueva Rosario de Acuña. Jóvenes y librepensadores serán sus nuevos compañeros de viaje: apenas dos semanas después del banquete el semanario de Chíes y Lozano hace pública su carta de adhesión (⇑); no mucho más tarde es nombrada presidenta honoraria del Ateneo familiar (⇑) que integran varios estudiantes universitarios, entre los que se encuentra Carlos Lamo Jiménez (⇑), un activo estudiante de Leyes con quien habrá de compartir el resto de su vida.

Parece evidente que para ella fue importante aquel primer contacto con los universitarios madrileños. Para confirmarlo bastaría con leer lo que, cuatro años más tarde, cuenta al respecto en el manifiesto que dirige A los estudiantes de Madrid (⇑): «Desde aquella memorable fecha vengo consagrando mi inteligencia a la defensa de todos los ideales que constituyen el alma de la juventud y de la libertad, dispuesta siempre a aplaudir sus triunfos y participar de sus desgracias».

Nota. Este comentario fue publicado originariamente en blog.educastur.es/rosariodeacunayvillanueva el 13-8-2010.




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