17 marzo

103. La recuperada tumba de Dolores Villanueva


Ya estoy contigo, madre; nuestras vidas caminaron por sendas diferentes, llegando, al fin, cansadas y dolientes, a dormir, en la muerte confundidas

Dolores  Villanueva Elices, falleció el 19 de junio de 1905 a la edad de 77 años. Era viuda y residía en el lugar de Cueto en compañía de Rosario, su única hija, y de Carlos, quien pasaba por ser sobrino de la difunta.

Aunque había nacido en Yebra (Guadalajara), ya residía en Madrid cuando en diciembre de 1847 contrajo matrimonio con Felipe de Acuña Solís, un jiennense que estudiaba Leyes y que tan sólo un mes antes había conseguido colocarse como escribiente en el Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas (luego ministerio de Fomento), con un sueldo anual de 5000 reales de vellón (o, lo que es equivalente, 1250 pesetas). Nacidos y criados ambos en el credo católico, fueron fieles cumplidores de los preceptos de la Iglesia en los asuntos más trascendentales de su vida: la boda fue católica, también el  bautizo de su hija, al igual que el funeral de Felipe, cuyos restos fueron enterrados en el madrileño cementerio de San Justo.

En su fe católica educó a su hija Rosario. Y católica era... hasta que dejó de serlo. Católicas eran las dos, hasta que las dos dejaron de serlo. Por lo que sabemos, lo más probable es que fuera Rosario la primera que diera el paso: fue a finales del año 1884 cuando hizo pública su adhesión al librepensamiento (⇑), convirtiéndose desde entonces en una activa luchadora contra el clericalismo. Lo de su madre, cabe suponer, que acaeciera por influjo del testimonio de su hija. Lo cierto es que, como ya quedó escrito en un comentario anterior (78. De tal astilla, tal palo ⇑),  Dolores Villanueva dejó escrito que en su entierro no se ostentara «signo alguno de religión de clase alguna» y que su cuerpo fuera sepultado en el cementerio civil.

Fotografía de la lápida de la tumba de Dolores Villanueva en reconstrucción
Lápida en reconstrucción
(Colección cementerio de Ciriego)
Así se hizo. Fue enterrada en el cercano cementerio de Ciriego, donde su hija compró una sepultura a perpetuidad (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 11-8-1905). Quiso que estuviera situada al lado de la que ocupaban los restos de su amigo el científico Augusto González Linares, fallecido un año antes, el primero de mayo de 1904. Para conocer las razones de tal deseo, basta leer el artículo «Linares y el clero santanderino» (⇑), que Rosario de Acuña escribió el mismo día en que tenía lugar el entierro del naturalista y que fue publicado en el semanario Heraldo de París a finales de mes. 

Allí estaban los restos de su querida madre y allí quería Rosario que reposaran los suyos, razón por la cual compró un terreno al lado de su tumba. En sesión celebrada el 27 de diciembre de ese mismo año el Ayuntamiento de Santander acuerda «conceder a doña Rosario de Acuña una ampliación de terreno en el cementerio civil» (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 25-4-1906). Es su voluntad y así lo manifiesta en testamento escrito de su pluma y letra (⇑) fechado el veinte de febrero de 1907:

Si muero en Santander entiérreseme en el panteón donde yacen los restos de mi madre, y donde hay nicho para mí ya comprado, y cuando yo muera póngase sobre el sepulcro de mi madre una losa de mármol con el adjunto soneto:
 
 Ya estoy contigo, madre; nuestras vidas
caminaron por sendas diferentes,
llegando, al fin, cansadas y dolientes,
a dormir, en la muerte, confundidas.

Por filial, y materno amor unidas,
queden en paz eterna nuestras mentes,
cual dos opuestas ramas o corrientes
de un solo tronco o manantial nacidas.

¡No despertemos nunca, madre amada!
¡Mas si al mandato del poder divino
el yo consciente surge de la nada,

uniendo tu destino a mi destino,
llévame entre tus brazos enlazada
y sigamos las dos igual camino!

El epitafio habría de iniciarse con el siguiente texto: «Dolores Villanueva, viuda de Acuña, aquí yacente desde 1905»; el nombre de la hija y el año de su muerte figurarían tras el último de los catorce versos. Y hasta que el momento de ese reencuentro anunciado tuviera lugar, la tumba se cubrió con una lápida, necesariamente provisional. que tenía por única inscripción un escueto «Espera».


II

No fue en Santander, sino en Gijón donde una embolia cerebral acabó con la vida de doña Rosario de Acuña Villanueva el cinco de mayo de 1923. Y fue Carlos Lamo Jiménez quien cumpla la voluntad de aquella mujer extraordinaria con quien había vivido durante casi cuarenta años. Será su  fiel compañero –a quien algunos llamaron «sobrino» de la madre, primero, y de la hija, después–  quien haga realidad el deseo de Rosario. En el verano del siguiente año ya está terminada la lápida de mármol italiano en la que un artesano local ha cincelado los versos que fueron escritos con esa finalidad, al tiempo que Ignacio Lavilla, pintor y periodista, se ocupó de grabar a la cabeza del soneto la flor preferida por la escritora –el pensamiento– y, tras el último verso, el dibujo de su firma y su rúbrica. Para hacer frente a los gastos ocasionados, Carlos obtiene la ayuda de algunos amigos de Galicia, Extremadura y Santander,  así como de las logias alicantinas Numancia y Constante Alona. Trasladada al fin a la capital santanderina, tan solo queda depositarla sobre la tumba y con este propósito el domingo 4 de enero de 1925 un grupo de admiradores de la difunta se reúne en la plaza de Numancia. Desde allí una comisión, entre los que se encuentra Isidro Mateo, republicano y editor del semanario El Ideal Cántabro en el cual colaboró doña Rosario,  parte hacia el cementerio de Ciriego. La lápida se coloca sobre la ya existente, aquella en la que figura el provisional «Espera». Cumplida queda su voluntad.

Lo que no estaba previsto era que el tiempo en su pasar actuara como actuó. Que la lápida se fracturara; y que en la oquedad así surgida consiguiera germinar la semilla de un arbusto; y que en su natural crecimiento algunos fragmentos del mármol quedaran aprisionados y ocultos en el frondoso ramaje... 


Un arbusto ocultaba gran parte de la lápida.
(Colección cementerio de Ciriego)

III


Hace unos años, el Ayuntamiento de Santander decidió apostar por la recuperación del patrimonio cultural que alberga el cementerio de Ciriego y en el año 2007 encarga un proyecto de investigación con este objetivo.  La persona elegida para dirigirlo es Carmen Bermejo Lorenzo, una especialista en el arte funerario de la cornisa cantábrica (tema de su tesis doctoral defendida en el año 1994), que ya había publicado en 2005 el libro titulado Las necrópolis de Santander. Evolución histórica y análisis artístico. Los trabajos de inventariado y catalogación que realiza el equipo dirigido por Carmen Bermejo dan como resultado la localización de algunas tumbas, entre ellas la de Dolores Villanueva Elices que, como queda dicho, el paso del tiempo la había dejado irreconocible. Los operarios de Ciriego consiguieron restaurar la lápida y, una vez acondicionado el entorno, la tumba ha recuperado su aspecto.

Estado de la tumba de Dolores Villanueva tras las labores de restauración.
(Colección cementerio de Ciriego)

Gracias a la información que amablemente me ha facilitado Patricia Gómez Camus, integrante del equipo de Carmen Bermejo y, en la actualidad,  responsable de patrimonio y catalogación del cementerio, podemos constatar con satisfacción que en Ciriego una lápida de mármol italiano sigue dando público testimonio del amor que Rosario de Acuña sintió por su madre. 

...uniendo tu destino a mi destino,
llévame entre tus brazos enlazada
y sigamos las dos igual camino!





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