05 marzo

286. La jarca. Hay quien sale en su defensa

 

Le cayeron por todos los sitios. Hubo manifestaciones y asambleas organizadas por los estudiantes de las diez universidades que por entonces existían en España; también en buena parte de los institutos. La mayor parte de la prensa toma partido y, aunque en algunos se dice que no se ha leído el escrito, no dudan en hablar de  "justa indignación" de los estudiantes y en calificar el  artículo de "injurioso", cuando menos, pues hay periódicos que abren la caja de los calificativos sonoros, la reservada para los momentos especiales,  y hablan de «alcohólica», «cretina», «degenerada», y, ya puestos, algunos van más allá y utilizan no una, sino dos palabras unidas para describirla (⇑): «proxeneta roja», «engendro sáfico», «harpía laica»...

No faltan tampoco quienes se ven en la necesidad de manifestar que están muy lejos de las posiciones mantenidas por doña Rosario. Ahí está el caso de don Miguel de Unamuno (⇑), quien, enterado de que hay estudiantes que dicen que se ha adherido al espíritu del escrito, sale al paso de tales afirmaciones y afirma que ni ha leído el artículo ni lo piensa leer, pues le han dicho «que es groserísimo».

De ahí que sea de destacar el hecho de que haya alguien que se atreva a publicar un artículo en el cual, a pesar de que parezca que critica las formas empleadas (y hable de «metedura de pata» o de «imaginación extraviada»; luego resulta que ni eso), analiza el fondo del asunto, resituándolo, eso sí, en el ámbito de la perspectiva de clase, quizás más del gusto de los lectores de El Socialista («Órgano central del partido obrero»).



«Sobre el conflicto estudiantil», Tomás Rey

 

¡No, Sra. D.ª Rosario de Acuña y Villanueva; no, no y mil veces no!

Su artículo sobre los estudiantes, que tanto ruido, que tanta polvareda ha levantado, no tiene disculpa, y ni aun merece indulgencia.

Usted se propuso decir cuatro crudezas carreteriles, y, como el coronado poetastro cuando se empeñaba en hacer malos versos y lo conseguía a las mil maravillas, usted también ha conseguido lo que se propuso. 

En su alma enérgica y ardiente no caben paliativos ni medias tintas; está usted encariñada con la verdad, y, como todo espíritu valiente, ni sabe fingir ni mentir, porque su dignidad de mujer intelectual consciente está cien codos más alta que la ficción y la mentira. 

Supo usted por el Heraldo de Madrid que unos estudiantes –a las puertas mismas de la Universidad de Madrid– habían insultado y ultrajado de obra a unas bellas y delicadas señoritas extranjeras que cursaban en dicho Centro la carrera de Filosofía y Letras, con tanto derecho como el que más y honrando a España tanto como España les honrara a ellas, y que el Heraldo en su hidalguía había repugnado hecho tan bárbaro, calificando a sus menguados autores de «jarka estudiantil». 

España Nueva se ocupó también del lamentable suceso, bautizando a sus héroes con el nombre de «señoritos salvajes» y pidiendo para ellos un correctivo adecuado, primero por la acción coercitiva de las autoridades, y luego por la del desprecio público. 

Usted entonces, mi Sra. D.ª Rosario, alma intrépida y generosa, sin el tacto necesario para refrenar sus ímpetus viriles, esgrimió la péñola y, trazo por acá, trazo por acullá, arremetió contra toda la estudiantina en masa, como Don Quijote con los encamisados, sin dejar cosa con cosa ni títere con cabeza.

Es verdad que, hasta ahora, si revoltosos e inquietos siempre los estudiantes, desde aquellos tiempos ya lejanos, casi remotos, en que Víctor Hugo nos los presenta amotinados en la viña de Baas unas veces;  otras yendo a esperar la entrada de su muy temido Rey el Señor Don Rey; otras corriendo a la Fiesta de los Locos, a ver al infeliz que la coronaba con su aparición en la picota; otras asistiendo al Misterio en la Sala de Justicia del Buen Juicio de la Señora Virgen María... hasta el día en que, para bajarles la pimienta a los talones, un general ordenancista, pero muy humanitario, los hizo regar con las mangas de la Municipalidad, en evitación de más serios disturbios... los estudiantes siempre se distinguieron por su cortesanía, donaire y buen humor, conquistando aplausos y simpatías, especialmente del bello sexo, agradecido a sus finezas. 

Pero ahora, en el siglo XX, ante los esplendores de una civilización completa y en el centro de una de las capitales más ricas de Europa, unos cuantos estudiantes acometen a otras estudiantas porque, según su ruin modo de pensar, dispútanles el pan (!) con su concurrencia al estudio; sin ver, o sin saberlo siquiera, que los mismos animales –como dice muy bien la señora de Acuña– distinguen a sus hembras dejándolas alimentarse mientras ellos esperan pacientemente las sobras que ellas les abandonan. 

¡Ah! Pero, al decir esto, monta en el indómito corcel de su indignación exaltada y hace lo ya hecho y que, por cierto, no es aplaudible. 

 * * *

Por solos estos únicos datos para el conocimiento fiel del conflicto hoy en litigio, podríase creer que esa señora era alguna desenvuelta virago, émula de las calceteras de la Revolución francesa y de las verduleras de Madrid cuando se encorajinan y rebelan contra la tranquilidad y el orden. 

Pero, ¡ah!, la señora de Acuña no es eso: está muy lejos de serlo. Y, si no, escuchad este episodio:

En Las Dominicales del Libre Pensamiento, en aquel periódico en que tanto laboró el actual alcalde de Madrid desde sus primeras mocedades, en unión del malogrado García Vao, de Chíes y Demófilo, a quien Prim prohibió escribir en él, a pretexto de que era militar, conminándole con este anatema: «O la espada o la pluma», y a quien Demófilo contestó, entregándole aquella en el acto: «La pluma»; en aquel periódico, tan grato a las muchedumbres, leí un artículo de doña Rosario de Acuña, su colaboradora asidua también, que me conmovió hondamente, porque estaba escrito con lágrimas y suspiros. 

Después de tantos años transcurridos –treinta seguramente, y sin el texto a la vista ni más auxiliar que mi vieja y ya débil memoria–, no es fácil que yo pueda reconstituirlo cual quisiera. No obstante, procuraré ofrecer de él aunque no sea más que un pálido bosquejo. 

Tenía en su jardín doña Rosario un aguilucho, criado por ella misma con el mayor esmero; y teníalo sujeto con una cadeneta a una argolla, que todo se lo permitía: moverse, andar, saltar con vuelo corto; todo, en fin, menos su deserción. 

Pues ¿quién sujeta al coloso de los aires, al dominador audaz de las alturas pavorosas, al águila caudal que desde su trono de nubes y mirando de hito en hito al Sol contempla con desdén la Tierra y la desprecia porque le parece ruin?

Y un día ocurrió que el pajarraco, sin saberse la causa, apareció medio cautivo, medio libre. La argolla se había soltado de su encaje, y el travieso aguilucho comenzó a remontar el vuelo, y, cuando su ama llegó, ya se cernía en la atmósfera, ofreciendo un espectáculo conmovedor. El animal anhelaba su libertad, y en busca de ella iba locamente. Pero como la cadeneta y la argolla le impedían volar, pues llevaba su cárcel por castigo, y, además, su colgante peso contrariaba su deseo, el infeliz fugitivo iba más cautivo que lo estuvo nunca, trabajando en el espacio con esfuerzo fiero, graznando doloridamente y sufriendo, en fin, el tormento de que ya no le sería dado liberarse y en el cual perecería sin remedio, triste víctima de la esclavitud y el dolor. 

Figuraos la angustia de amantísima dueña llamando al desertor con cariñosos acentos, de él tan conocidos, sin que el desdichado diese muestras de oírlos, y figuraos asimismo el intenso dolor moral de aquel espíritu tan fuerte, tan intrépido, tan enérgico, consumiéndose en la llama del sentimiento al ver penar de modo tan amargo al pobre bicho a quien sin duda hubiera rescatado al precio de cualquier sacrifico. 

Y esto contado por la pluma brillante de tan idónea escritora, no por la mía desmazalada y burda y sin el relieve emotivo de la contemplación directa, creedlo, arrancaba lágrimas de los ojos y levantaba los pechos con suspiros. En el profundo sentimiento que la dominaba, increpaba al pajarraco inconsciente llamándole ingrato y cruel. 

* * *

Doña Rosario de Acuña y Villanueva y otros más apellidos que revelan su abolengo aristocrático, puede compararse con aquel marqués de Albaida por cuyas venas circulando sangre real –la sangre de los reyes de Aragón–, no quiso llamarse nunca más que por su nombre patronímico: José María Orense; por más que Castelar, demócrata como él, más no pareciéndolo como él, siempre lo fue y lo pareció; republicano a lo Carnot y Rooselvet, a quienes nunca cupo la majestad en el pellejo, le apellidase siempre marqués; título, que dadas la convicción y sinceridad de sus ideas políticas, debía de halagarle  tanto como a Luis XVI el de Capeto cuando con él le saludaban sus carceleros del Temple.  

Ambas popularísimas entidades –la de Acuña y Orense– tienen muchos puntos en contacto. Entusiastas de la libertad, odiadores de la tiranía, siempre lucharon con ésta frente a frente, sin rendirse al temor ni al peligro, al punto de retar Orense a Narváez a duelo personal cuando éste se hallaba en la plenitud de todo su despotismo, y de morir, por fin, consecuente con todos los honrosos actos de su vida, dando ejemplo de fidelidad y de constancia a tránsfugas y traidores, para su confusión y vergüenza. 

Lo mismo viene haciendo D.ª Rosario de Acuña, con la perseverancia de una heroína y el fervor de un apóstol.

No hay que extrañar, pues, que ante estos temperamentos de varonil energía y de constancia poco común en la defensa de sus ideales, la señora de Acuña haya extremado su ardoroso celo, defendiendo tan decidida y desinteresadamente a las contrariadas presuntas doctoras. 

 

Cuanto a lo que a España concierne, no necesitó que del Oriente le viniese la luz del Doctorado femenino para que, tanto en la metrópoli como en sus inmensos dominios coloniales, tuviese la mujer –desde Santa Teresa y La Latina hasta las dignas señoras que en la ciencia médica ejercen su profesión con honrosísimos pericia y celo, respetadas por sus colegas del sexo opuesto – amplia y legítima representación en la esfera científica del mundo. ¿Ni quién que esté someramente advertido de las relaciones sociales que al feminismo atañen pondrá en duda la delicada probidad, la austera rectitud y el profundo respeto al derecho ajeno, en el ejercicio de sus cargos profesionales, de la mujer intelectual consciente?

¡Ah! Tuviéramos doctoras en otras ciencias, especialmente en la que requiere la atención profunda y seriedad honrada de la mujer, por tratarse de la que implica la paz de las familias y el orden en toda sociedad bien gobernada, y ¡cuántas incorruptibles Porcias ocuparían el puesto de tantos rábulas hambrones como, amasando su ignorancia con su gula en los bajos fondos de profesión tan benemérita, venden honor y conciencia por el tradicional plato de lentejas y en contra del que en ellos busca luz y amparo a su derecho!

* * *

A los estudiantes prudentes, comedidos y sensatos que han suscrito el comunicado inserto hace unos días en España Nueva, y al que muy poco hay que pedirle en seriedad y corrección –pues empiezan a por homologarse con los «ilustrísimos HOMBRES de la clase proletaria española», loados por Rosario de Acuña con ditirambos madrigalescos engendrados en una imaginación extraviada por un momento, pero sin que les concedan preeminencia alguna, reivindicando solo la más perfecta igualdad con mineros y próceres–, les diremos que han dado un alto ejemplo de confraternidad social al proclamar esa igualdad de clases que los gobiernos no han sabido o no han querido recomendar desde la altura del poder, y que les hace (a los estudiantes, no a los gobiernos) depositarios de pensamientos sociológicos tan altos y tan hondos como hasta ahora, y con motivo de la controversia suscitada por la señora de Acuña, no habían salido de tan explícito modo a la luz de la discusión.

De este altísimo ejemplo de las costumbres todas, de que hay que tomar nota para que «los señoritos de la clase media» no hagan ascos ni escupan cuando pasen los poceros a su lado, y que a los tales comunicantes eleva muchos grados sobre el nivel vulgar de los que como ellos no piensan, pero que ya no han de atreverse a manifestarlo paladinamente, surgirá—no hay que dudarlo— un tan perfecto derecho a la igualdad social como todos los discursos de relumbrón, como todos los artículos de todo código fundamental, hasta ahora, no han logrado fijar, ni menos consolidar, como es notorio.

¡Loor, pues, a esos jóvenes estudiantes, que con una frase han creado un derecho nuevo que nadie ha de ser ya osado a cercenar ni mutilar, cuanto menos a proscribir! Y si ese derecho se establece sobre las ruinas de una horrible desigualdad que llena las cárceles y pone en contacto con los sables de los guardias y los garrotes de la Policía las cuitadas costillas—machacándolas y desencuadernándolas horriblemente—de los proletarios en cuanto piden algo de lo mucho que les niega una sociedad hipócrita y avara, mientras a los estudiantes los mima y considera, sin más razón que la de honrar al apellido, el principio de esta revolución pacifica será tan provechoso como los sacrosantos inmortales de 1789.

Ahora sólo falta que el pueblo no deje mal a D.ª Rosario de Acuña; que el pueblo, comprendiendo el trabajo que a nuestros gobiernos cuesta proporcionarle medios de instrucción—pues todas sus promesas, sin distinción de partidos, quédanse en promesas—, procure instruirse por sí mismo, leyendo hasta los papeles del suelo, oyendo con atención al que sepa más que él, despreciando la taberna, las garrulerías periodísticas y las diversiones sangrientas y dedicándose con vida y alma a su regeneración individual. 

 ¡Ah! La semilla que han echado en el surco de la cultura patria esos iluminados estudiantes fructificará, fructificará...¡Vaya si fructificará!... 

Mientras tanto, permítaseme una digresión, que no es más que el complemento de lo que, respecto a este punto concreto, acabo de exponer. 

Decía el señor ministro de Instrucción pública, al recibir en la amable charla consuetudinaria a los periodistas hace dos días: 

«La conducta observada por los estudiantes en este conflicto me ha dejado satisfecho; pues la cordura y sensatez con que se han conducido en todos sus actos demuestran una vez más que sólo a elementos extraños a ellos puede imputárseles el afán de interrumpir la normalidad académica.»

¡Por vida del... oro de la reacción, iba a decir, que el señor ministro resucita cuando ya lo creíamos todos muerto y sepultado!

 Porque, vamos a ver. ¿A quién aprovecha  –Cui prodest?– esa interrupción de la normalidad académica? ¿A quién? 

Y más adelante:

«Este noble proceder actual de los estudiantes me coloca en una situación airosa para el estudio de las conclusiones que se tomaron en la Asamblea recientemente celebrada; conclusiones que serán atendidas en su mayoría.»

 Recuérdese que en la primera sesión con que se inauguró esa Asamblea, presidida por el mismo señor ministro, éste fue interrumpido repetidas veces por los estudiantes, y el ministro, siempre amabilísimo –por algo se llama Amalio–, no se dio por entendido y siguió tan amable como de costumbre. 

Y aquí vienen mis preguntas sueltas. 

Si en vez de estudiantes hubiesen sido obreros –esos obreros con quienes pretenden igualdad los estudiantes comunicantes en el pleito con D.ª Rosario de Acuña– los interruptores del señor ministro, ¿qué hubiera sucedido? y en el temblor de mis carnes callo como un muerto y dejo la reflexión al mismo señor ministro. Las carnes se me tiemblan solo de pensarlo... y en el temblor de mis carnes callo como un muerto y dejo la reflexión al mismo señor ministro.

¡Benditos esos estudiantos que quieren la igualdad con los trabajadores; porque, si la consiguen como la piden, la clase obrera se habrá redimido de muchas cárceles, de muchos sablazos de los guardias y de muchos garrotazos de la policía que les machaquen y desencuadernen las costillas!

* * *

De lo muy poco que hay que reprochar en el comunicado en cuestión, es sólo un inciso, 

En el calor de la batalla y sin consideración tampoco a la hembra, se menosprecia a la autora del artículo, se protesta contra su prosa vil, y se la manda escribir en verso, para que en éste no resulte el asunto tan envilecido como en la susodicha prosa

Ahora bien: esto ¿es ironía o inconsciencia? ¿Saben los autores de ese comunicado eminentemente correcto, equitativo, democrático –como que en él se ofrece nada menos que inquirir el origen del pavoroso conflicto y someter a un tribunal de honor a sus malhadados dos autores–, que mandar escribir en verso a la señora de Acuña equivale a enseñar a una madre a amamantar a sus hijos? 

Vean, si no, cuál maneja el metro y el estro esa inspirada poetisa: Trátase de un soneto bañado en las puras y cristalinas aguas de la Fuente e Hipocrene, no en los arroyuelos explotados por los poetas reformistas o modernistas, con miedo al endecasílabo majestuoso y al consonante cuádruple, que nunca se lo tuvieron –ni doña Rosario de Acuña tampoco– Cervantes y Calderón, Lope de Vega y Quevedo, ni todos los demás poetas de nuestro Siglo de oro, como puede verse en el siguiente, colocado por la autora de Rienz1 el tríbuno en boca de su protagonista: 

Oh!, libertad, fantasma de la vida, 

astro de amor a la ambición humana 

el hombre en su delirio te engalana, 

pero nunca te encuentra agradecida.

Despierta alguna vez, siempre dormida 

cruzas la tierra, como sombra vana; 

se te busca en el hoy para el mañana, 

viene el mañana y se te ve perdida.

Cámbiase el niño en el mancebo fuerte y 

piensa que te ve ¡triste quimera! 

Con la esperanza de llegar a verte

ruedan los años sobre la ancha esfera 

y en el último trance de la muerte, 

aun nos dice tu voz, ¡espera, espera!

Se dice –tapándose la cara con las manos y mirando por entre los dedos como las hipócritas gazmoñas–que el artículo en cuestión ataca las costumbres públicas y ofende la moral. Pero yo no veo esa ofensa más que de un modo relativo; no es la ofensa reducida al empleo de unas cuantas palabras raras, sin enlace ni concatenación en un cuento erótico, lo que da cuerpo y vida a u un relato deshonesto; no es la frase carnal y escueta, como tantas que se ven y que no pueden leerse delante de niños o de sus madres, como tres que iba a citar y ya no cito, porque, en medio de su aparente ininocuidad, yo las considero pestíferas en extremo. 

A la vista tengo un libro –Las Meditaciones del P. Luis de la Puente– donde este místico escritor usa con la mayor naturalidad la más dura y cruda de las palabras que tanto han escandalizado en el artículo de D.ª Rosario de Acuña. 

Y en nuestros clásicos, con especialidad en Cervantes y Quevedo, haciendo gracia al lector de Las Partidas, se hallan a montones esa y otras parecidas. ¡Conque no hay para tanto, y más aquí donde el órgano oficial del Gobierno, la Gaceta de Madrid, en cuerpo y alma, ha habido día que ha sido exornada con el vocabulario –infame, que diría Dumas, de Bicêtre y de la Conserjería– de los lupanares y presidios.

En esa Gaceta, hecha por concurso público, se llama al pan pan, y al vino vino. ¡Pero qué pan! ¡Pero qué vino! 

¡Con decir que La Época llegó a afirmar que, entre toda la prensa española ningún periódico tenía la exclusiva para hablar desvergonzadamente más que la Gaceta oficial, creemos estar dicho todo! (1)

* * *

Y ya conocida la mujer por sus obras, véase lo que dicen los hombres de la escritora

Don Peregrin García Cadena, crítico teatral el 12 de febrero de 1876 del periódico El Imparcial, decía lo siguiente el día 13 inmediato al estreno de Rienzi el tribuno en el Teatro del Circo por la compañía dramática dirigida por el que fue gran actor Rafael Calvo(2)

«Una poetisa de fibra viril; una poetisa que sabe hacer algo más que pulsar las cuerdas laxas de la lira degenerada de Safo; una poetisa a lo Gertradis Gómez de Avellaneda, que sabe encontrar los acentos de la pasión y mover los afectos del corazón humano; una poetisa, en fin, que encuentra en su inspiración el calor del lenguaje de todos los entusiasmos y les da movimiento y vida, es un hallazgo sorprendente en estos tiempos en que el numen vigoroso se aposenta en unos pocos espíritus de varón.» 

Ya lo veis, estudiantes simpáticos del comunicado, que en alas de vuestra indignación, justa pero poco iluminada, queríais que hablara en verso, para no deshonrar con su pluma la vil prosa, la que desde sus más tiernos años fulgura en la alta esfera del Parnaso como poetisa consagrada. 

«Y este hallazgo –sigue diciendo el tan competente crítico teatral– lo hemos hecho el sábado por la noche en el Teatro del Circo. La poetisa inspirada se llama Rosario de Acuña, y la obra en que nos ha revelado su intuición de los grandes movimientos del alma y la energía de su talento creador es un drama en que figura como protagonista el último tribuno romano, y en el que se desenvuelve un poema basado en el patriotismo, inspirado en la historia de as ardientes luchas de la Libertad.»

Y continúa: 

«Lo repito: la señorita de Acuña es un espíritu viril que aborrece el feminismo en materia de poesía. Su primera obra dramática ha sido un alarde de fuerza poética de naturaleza muy imprevista, y es preciso reconocer que las personas que entre la distinguida concurrencia que asistió en la noche del sábado al Tentro del Circo, sin conocimiento de causa, con el propósito de sostener el paso vacilante de la neófita con los andadores de la galantería, debieron quedar grandemente sorprendidos al ver que la bella poetisa podía enseñar a andar al más pintado.» 

Y concluye la transcripción: 

«En suma: la creadora del Rienzi es un autor dramático, recién salido de la infancia, que esconde bajo las apariencias de un ángel la energía avasalladora de un espíritu varonil, y que viene inopinadamente al palenque del arte con todos los bríos de un adalid acostumbrado a los trances más arduos del combate, El público ha saludado con asombro su peregrina aparición, y yo la envío también en estas líneas la expresión de mi simpatía. Apariciones como la dela poetisa Rosario Acuña son raras en el mundo del arte, y es preciso envolverlas en una atmósfera de cariño y de admiración, si este calor es para ella condición de realidad palpable y de progreso esplendoroso.» 

¿Lo ven ustedes, jóvenes estudiantes, como D.ª Rosario de Acuña era alguien? Pues ya que  s son conocidas la mujer y la escritora, sin pasión y sin rencor juzgad a la escritora y a la mujer...

Tomás Rey

3 de diciembre de 1911

El Socialista, Madrid, 15 de diciembre de 1911


(1) Ya hablaremos de esto detenidamente, Como que ese contrato se ha rescindido por incumplimiento del adjudicatario y la fianza afecta al compromiso quebrantado, de 250.000 pesetas, no ha vuelto al Estado, como debiera haber vuelto y nosotros haremos que vuelva (nota del autor).

(2) Ciertamente, la crítica del señor García Cadena se publicó en el diario madrileño El Imparcial, pero no fue en la edición del domingo 13, sino un día después,  dentro de la sección «Los lunes de El Imparcial».




También te pueden interesar


Familia de Acuña y Robles, (fotografía cedida por María José de Acuña) 226. La tía olvidada
La suya era una de las biografías que había sido enviada a la profunda fosa de la desmemoria. Me preguntaba si no habría algún familiar que, conservando vivo su recuerdo, se atreviera a aportar alguna luz en aquella negritud del olvido...

 

Fotografía de Salvador Sellés publicada en 1928153. La iniciación de Salvador Sellés
Aquella poesía publicada en el mes de mayo del año ochenta y cinco fue su carta de presentación, su iniciación en Las Dominicales. Sus directores no lo conocían, pero su firma llevaba años apareciendo en diversas publicaciones espiritistas, en ocasiones... 
 
 
 
En 1917 Rosario de Acuña estuvo en el punto de mira de los gobernantes. La policía efectuó, de madrugada, dos registros en su vivienda. Los organizadores de la huelga general fueron encarcelados... Represión, dolor. ¿Y no lloraremos...

Reproducción de la obra El parnaso (1811) de Andrea Appiani, Il parnaso (1811) - Galleria d'Arte Moderna, Milán53. A las puertas del Parnaso
La buena sociedad de la Villa y Corte se disponía a disfrutar de aquel sábado invernal sin sobresaltos. La oferta era variada: baile de máscaras en Capellanes o La Alhambra; una ópera de Wagner en el Real; teatro en la Comedia, en el Apolo, en el Martín...

Fotografía de Galdós publicada por el semanario Pluma y lápiz (1903)5. Galdós, el admirado
Aunque desde sus primeras apariciones en la arena literaria, Rosario de Acuña dedicó vítores, aplausos y alabanzas a varios de los integrantes del Parnaso hispano, creo que no yerro al atreverme a afirmar que fue Galdós su escritor más admirado...





 
© Todos los derechos reservados – Se permite la reproducción total o parcial de los textos siempre que se cite la procedencia 
Comentarios, preguntas o sugerencias: info.rosariodea@gmail.com
 




21 febrero

285. En mítines y manifestaciones

 

Alcanzada «la crítica edad de cuarenta» tocaba dar un paso a un lado, tal y como había anunciado con antelación. La de El padre Juan fue la última batalla (⇑) de aquella intensa campaña que había iniciado, siete años atrás, cuando a finales de 1884 hace pública su adhesión a la lucha en defensa de la libertad de conciencia: «vengo a este campo de glorioso combate con creencias que por nada ni por nadie consentiré en perder, y que espero quepan holgadamente en el programa amplio y generoso de Las Dominicales».

No obstante, el hecho de que abandonara la primera línea de combate  no quiere decir, ni mucho menos, que permaneciera impasible ante cuanto sucedía a su alrededor. Si bien es verdad que en la década de los noventa, tras haber dado por concluida su campaña de Las Dominicales (⇑),  apenas encontramos escritos suyos en periódicos o en revistas, también lo es que a partir del cambio de siglo, superada la grave enfermedad que la tuvo al borde de la muerte y asentada en Cantabria donde inicia una nueva etapa en su vida, su palabra retorna a la prensa para hablar de sus ocupaciones y, también, de sus preocupaciones: en el diario santanderino El Cantábrico nos ha dejado constancia de su exitosa actividad como avicultora, así como de las propuestas que les hace llegar a las campesinas montañesas con la intención de que pudieran mejorar sus sufridas vidas.

Manifestación femenina en pro de la libertad de conciencia, Barcelona, 1910

En la primavera de 1909, habiendo cesado su labor como avicultora (⇑), libre ya de las interminables jornadas laborales de los últimos años, reanuda su actividad como viajera, bien sea caminando, a caballo o en ferrocarril. A finales del mes de marzo se desplaza a Madrid y el último domingo de ese mes participa en la manifestación que culmina la llamada «campaña de la moralidad» contra el jefe de gobierno Antonio Maura y que había sido promovida por el republicano y entonces senador por Guadalajara Juan Sol y Ortega (1849-1913). La prensa de la capital se hace eco de su presencia y señala que Rosario de Acuña caminó al lado de José Nakens (director del semanario El Motín) tras el coche que abría la marcha, ocupado por el promotor de la campaña y por Pérez Galdós.

Unos meses después volverá a mostrar su oposición al Gobierno de Antonio Maura. Será en Gijón, donde acaba de comprar un terreno situado sobre uno de los acantilados próximos a la ciudad para construir su nueva vivienda (⇑) A primeros de julio el Gobierno decretó la movilización de tropas de reserva y su traslado a Marruecos: se iniciaba la Guerra de Melilla. El embarque de los reservistas, la mayoría de ellos padres de familia y de clase obrera, provocó protestas. En Barcelona los sindicatos convocaron una huelga general, durante la cual se produjeron disturbios que fueron duramente reprimidos por el ejército (la llamada Semana Trágica). Hondamente preocupada por lo que estaba sucediendo, Rosario de Acuña pone en la escena del gijonés teatro Jovellanos su obra La voz de la patria (⇑) («Su sentido patriótico se relaciona con los momentos actuales, y eso, principalmente, fue lo que me impulsó a "hacerla" en Gijón»); y también hace público «La vuelta de los reservistas», un escrito en recuerdo de los muertos que quedaron en Marruecos y un sonoro canto al pacifismo:  «hagamos resurgir de aquellas cenizas un grito de maldición hacia las guerras». Hasta aquí, lo acostumbrado en ella. Pero, en este tiempo no se conforma con utilizar la palabra, abandona su atalaya, deja a un lado la pluma para unirse al pueblo que se queja y, entre medias, el domingo 24 de octubre de 1909 asiste a la plaza de toros de Gijón para participar, junto a otras miles de personas, en un mitin convocado para protestar por las medidas represivas del Gobierno en Cataluña.

Maura se vio obligado a dimitir. Un año después, el nuevo Gobierno de Canalejas presentó un proyecto para reducir la influencia de las órdenes religiosas mediante una ley que las consideraba como asociaciones, salvo las dos reconocidas como tal en el Concordato de 1851. Mientras se tramitaba en el Congreso, fue aprobada una con carácter transitorio y temporal (conocida como Ley del candado) que impedía el establecimiento de ninguna otra durante dos años. En apoyo de la misma se organizaron manifestaciones por buena parte de España. Rosario de Acuña participó el primer sábado de julo de 1910 en la que recorrió las calles de Gijón.

Su posición al respecto no era nueva. Lleva años luchando por ver a la mujer alejada del confesionario, anhelante de una infancia educada en el imperio de la razón, en una escuela libre de los dogmas religiosos, de ahí que no debiera de resultar extraño que aceptara la invitación para pronunciar un discurso en el multitudinario acto de inauguración de la primera escuela de este tipo en su nueva ciudad: la Escuela Neutra de Gijón. 

No hubo más discursos, manifestaciones o mítines en mucho tiempo. A las pocas semanas de haber abierto la nueva escuela, de haber leído aquel alegato titulado «El ateísmo en las escuelas neutras» (⇑) en Los Campos Elíseos, tuvo que marchar a Portugal para no ser apresada por haber escrito «La jarca en la Universidad», por haber arremetido con su pluma contra los agresores de una estudiante de la madrileña Universidad Central.

Tras dos años de obligado exilio (⇑), regresó a su casa gijonesa del acantilado más pobre y más cansada que cuando marchó. No estaba para nuevos sobresaltos, tan solo quería disfrutar de la tranquilidad que le ofrecía su retirada morada, del cambiante mar... Y así estuvo todo el año catorce y parte del quince. A finales de ese año, entreabre las puertas de su aislamiento y ya encontramos algún escrito suyo en el semanario madrileño Acción Socialista. A estas colaboraciones seguirán otras en los meses siguientes, en distintos periódicos. En los inicios de 1917 ya se puede decir que está de nuevo en plena actividad: la Gran Guerra desangra Europa y en España, oficialmente neutral, una parte se declara germanófila (partidaria de la tradición, el orden o la disciplina) y otra, aliadófila. Rosario de Acuña, que había saludado efusivamente a una delegación francesa que visitó Asturias en 1916, se encuentra entre quienes apoyan los valores que representan los países aliados, en especial Francia: libertad, secularización, justicia. El último domingo del mes de mayo de 1917 se celebra en la plaza de toros de Madrid un mitin de apoyo a los aliados y doña Rosario no falta a la cita (⇑), para satisfacción de la multitud allí congregada que aplaude entusiasmada tras escuchar el saludo que le dedica Roberto Castrovido desde la tribuna. 

El año, ciertamente, se había iniciado con una activa presencia suya en los periódicos y sus escritos parecen cargados de  una renacida radicalidad: no duda en reafirmar su antiguo republicanismo, en arremeter contra «las fuerzas reaccionarias», frente a los grupos que sustentan al Gobierno y al lado de quienes pretenden derribarlo. Probablemente sea el titulado «La hora suprema» el que más recelos pudo haber despertado. Dirigiéndose «particularmente a las izquierdas de Asturias», las exhorta a «ponerse en pie y, con mesura y firmeza, avanzar sin vacilaciones […] e ir serenamente a la brecha, con la bandera en alto». Aquellas palabras no pudieron pasar inadvertidas a los delegados gubernativos, pues bien parecen que están alentando esa huelga general de la cual no hace más que hablarse desde que a finales de marzo se firmara en Madrid un acuerdo entre la UGT y la CNT. Esa llamada a la unión de las fuerzas «de izquierda» en aquella primavera de 1917 es lo que, probablemente, inquietó a los regidores provinciales, recelosos ante todo lo relacionado con la convocatoria de la huelga.  En los inicios del verano el ambiente está muy caldeado, y las autoridades están tan nerviosas que en la madrugada del 24 de julio las fuerzas del orden se presentan en El Cervigón con la orden de efectuar un registro minucioso en su vivienda. Buscaban panfletos, pasquines... Unas semanas después varios guardias civiles se presentan de nuevo en su casa: venían a cavar en busca de «bombas, armas, municiones y papeles» que supuestamente allí se habían enterrado.

Aquel atropello saltó a las páginas de la prensa amiga y, tras conocerse, no faltaron las muestras de apoyo y solidaridad, como la recibida por parte de la Agrupación Femenina Socialista Madrileña. A pesar de no sentirse sola, aquellos dos nuevos sobresaltos constituyeron para nuestra protagonista la confirmación de que figuraba en el punto de mira de las autoridades, razón por la cual, una vez concluida aquella huelga general en la que, según parece, había puesto grandes ilusiones, decide alejarse de la primera línea de confrontación que había venido ocupando durante los meses anteriores. No obstante, antes de replegarse a su retiro de El Cervigón deberá saldar una deuda de solidaridad con los miembros del comité de huelga que habían sido encarcelados. Con ese objeto acudirá de nuevo a Madrid para sumarse a los miles de manifestantes que el 25 de noviembre reclaman la amnistía para los encarcelados, para Anguiano, Besteiro, Saborit y Largo Caballero. 

En el comité de huelga había también una mujer. Fue detenida junto al resto pero se libró de la cárcel porque sus compañeros declararon que estaba allí para hacerles la comida, argumento asumido por el fiscal quien dio por bueno que estaba al servicio de los hombres y no podría ser organizadora. Se equivocó. Virginia González Polo (1873-1923) contaba con una larga trayectoria política y sindical, que había iniciado muy joven en las sociedades de zapateros. Por entonces formaba parte del Comité Nacional del PSOE y de la Unión General de Trabajadores. Rosario de Acuña sabía bien quién era, conocía su largo batallar y admiraba su lucha, tanto que, habíéndose enterado de que iba a participar en mitin que se iba a celebrar en los primeros días del verano de 1919 en la localidad mierense de Turón, no duda en desplazarse hasta el lugar para encontrarse con ella (⇑) .

Tras el encuentro, doña Rosario fue invitada a participar aquel acto que había sido organizado por la Agrupación Femenina Socialista de la localidad. Y tomó la palabra para dirigirse a las miles de personas allí congregadas: «Entusiasmo indescriptible», al decir de la prensa. 

A este encuentro siguieron otros en los días siguientes, ya en Gijón donde Virginia González, invitada por la Juventud Socialista, tenía previsto participar en otros actos que contaron con la presencia de Rosario de Acuña, su nueva amiga, como bien reflejó la prensa («Subió doña Rosario y al abrazarse ambas luchadoras el público prorrumpió en una gran ovación que duró largo rato, hasta que el local fue desalojado») al igual que había hecho semanas atrás cuando se hizo eco de su presencia en el mitin del candidato izquierdista Teodomiro Menéndez en el barrio de Cimavilla («Figuraba entre la concurrencia la venerable señora, la ilustre escritora radical, doña Rosario de Acuña, que bajó de su retiro de Somió para escuchar la palabra del candidato izquierdista en el barrio más popular de los de Gijón»). Obtuvo su acta como diputado su amigo (⇑) y ella lo celebra en una carta que le envía poco después: «¡Bravo Gijón! Este es el Gijón que yo creía encontrar al traer los últimos pingajos de mi cuerpo mortal a los ásperos acantilados de su brava costa, de donde quisieron hacerme saltar en pedazos los tristes hijos de la noche».

Aunque empezó bien joven a batallar contra el clericalismo reinante o la postergación social de la mujer desde las trincheras de la prensa, su compromiso social, mucho más evidente en la última etapa de su vida, la impulsó a abandonar su retiro para tomar parte junto al pueblo llano, codo con codo, en mítines y manifestaciones. Su compromiso no pasó inadvertido, como lo prueba lo ocurrido el seis de mayo de 1923: aquel domingo lluvioso una nutrida manifestación de duelo recorrió las calles de la villa gijonesa tras la humilde caja que envolvía los restos de la eximia pensadora; muchas fueron las mujeres que se echaron a la calle para testimoniar su gratitud a aquella compañera que había luchado los últimos cuarenta años de su vida por la dignidad de todas ellas.




También te pueden interesar


Rafael Monleón y Torres: Un naufragio en las costas de Asturias (1875), Museo del Prado 247. Un recado para los responsables del puerto de El Musel
Dando muestras de una gran excitación, un hombre corre  descalzo y completamente empapado en agua. Cada poco, sale una exclamación de su boca, cada vez más desalentada y fatigosa: « ¡Salvadlos!, que se mueren...

Fragmento de la cabecera del Boletín de procedimientos, órgano oficial del Soberano Gran Consejo General Ibérico199. La masonería, bastión estratégico
La masonería con «su importante influencia», es para ella un estratégico bastión en la campaña de Las Dominicales en la que está inmersa, pues no solo le proporciona amparo y defensa, sino que además le brinda la posibilidad de ir sumando a su causa nuevas...
 

Invitación al acto de presentación en Gijón de El crimen de la calle de Fuencarral164. De la presentación de El crimen de la calle de Fuencarral
De todos los crímenes cometidos a lo largo de la historia, algunos hay que se instalan en la memoria colectiva y su recuerdo perdura a lo largo del tiempo. Tal es el caso del ocurrido en la madrileña calle de Fuencarral a finales del siglo XIX. Han transcurrido...


Lidia Falcón en el Centro de Cultura Antiguo Instituto (Gijón)87. Lidia Falcón: un merecido homenaje
Faltaban pocos días para la huelga general y no se cansó de decirnos que ya estaba bien de propuestas de futuro y de teorías, que lo que había que hacer era salir a pegar carteles y a convencer...
 

Portada de la edición realizada en 1989 por Simón Palmer1. María del Carmen Simón Palmer: el impulso en la investigación
Las labores de investigación acerca de la vida y obra de Rosario de Acuña van a experimentar a finales de los ochenta un fuerte impulso gracias a los trabajos de divulgación que realiza por entonces María del Carmen Simón Palmer. Ella será la responsable de la edición...




 
© Todos los derechos reservados – Se permite la reproducción total o parcial de los textos siempre que se cite la procedencia 
Comentarios, preguntas o sugerencias: info.rosariodea@gmail.com
 


28 enero

284. Poesías a ella dedicadas


Leyendo en días pasados unos versos alusivos a su casa gijonesa del acantilado, me vinieron a la memoria algunos más, que poetas de otro tiempo le dedicaron en años ya un tanto lejanos.

En cada época, ciertamente, se generalizan determinadas costumbres, y la de utilizar la rima como muestra de afecto o admiración a las personas que integran el entorno de cada cual no resultaba infrecuente en la que a ella le tocó vivir. En determinados contextos, el verso otorgaba a lo dicho un valor añadido, un suplemento de calidad a lo que se quería expresar, de ahí que esa fuera la forma utilizada en álbumes o coronas literarias, tan frecuentes por entonces.  

La joven Rosario –que según nos ha contado empezó a escribir poesías desde la infancia– también participó de esta costumbre y escribió versos en algún que otro álbum, como bien podemos comprobar en su poemario Ecos del alma (donde incluye poesías de título inequívoco: «En el álbum de la Srta. Dª. M.T.», «Tu álbum y mi poesía»...) o en el que le dedicaron a su amiga Julia de Asensi, un manuscrito que se conserva en la Biblioteca Nacional en cuya página veintinueve encontramos la titulada «Una gota de rocío» (⇑), precedida de la pertinente dedicatoria y convenientemente firmada, rubricada y datada (noviembre de 1874). 

En estos primeros años dedicó sus poesías a pintores, escultores o arquitectos, clásicos y contemporáneos, como Rafael Sanzio, Fortuny o Benlliure; a ilustres escritores, nacionales o extranjeros, como Cervantes, Espronceda, García Tassara, Calderón, Víctor Hugo, Leopoldo Cano, Bécquer o José Echegaray; a destacadas figuras del teatro nacional como Julián Romea o Elisa Boldun; o a conocidos cantantes de ópera, como Francisco Salas o Enrico Tamberlick. Luego, cuando decidió convertirse en una activa defensora de la libertad de conciencia renunciando a su prometedora carrera literaria, no abandonó su gusto por la poesía, aunque a partir de entonces sus versos tuvieran protagonistas bien diferentes («Al pueblo», «A la señorita Emilia Villacampa, la hija del héroe...», «La beata», «La calumnia», «Los seudo-sabios»...).

Casi al mismo tiempo, mediados de los ochenta, encontramos una fractura similar en lo que a poesías a ella dedicadas se refiere: las había habido años atrás, cuando obtuvo sus primeros éxitos literarios, y se volvieron infrecuentes a partir de entonces, tras su conversión en una propagandista de la libertad de conciencia, en una luchadora contra la marginación de la mujer, en una defensora de los más desfavorecidos. 

Primera etapa

Fue en 1876, tras el exitoso estreno de Rienzi el tribuno, cuando Rosario de Acuña, que por entonces contaba tan solo veinticinco años de edad, empezó a recibir halagos en forma de versos. El primero, de autor desconocido, fue un soneto titulado «A la Srta. Dª Rosario de Acuña (después de asistir a la representación de su bello drama Rienzi el tribuno)» que fue publicado a los pocos días del citado estreno en las páginas de La Ilustración Española y Americana, y cuya primera estrofa no desentona de otras que aparecían por entonces en este prestigioso –y longevo– semanario:

Suena del genio la sublime lira,

y al mágico poder de sus acentos, 

de amor y libertad los sentimientos, 

el alma ansiosa con placer aspira. 

A los parabienes de la crítica, se unieron los de algunos conocidos escritores que decidieron darle la bienvenida al gremio literario con algunas poesías dedicadas a tan prometedora y joven autora dramática. Una corona poética en la cual participaron Juan Eugenio Hartzembush (Para formarse idea / de las diversas gracias que atesora / Rosario, que vea / el curioso su Rienzi, y a la autora / ...), Enrique R. Saavedra -duque de Rivas- (Una te lleva al templo de la fama / otra los cielos te abre; / eres, por una, musa en el Olimpo, / por la otra eres un ángel / ...), Pedro Antonio de Alarcón (Dicen que eres un rosario / de dones maravillosos / ...), Ramón de Campoamor (Eres Venus cuando miras, / y Talia cuando cantas; / ...) o José Echegaray (⇑).

A estos versos un tanto almibarados que le dedicaron estos veteranos poetas, alguno ya setentón, le siguieron algunos otros de escritores más jóvenes, como Juan Tomás Salvany, nacido tan solo tres años antes que ella, autor del soneto «A Rosario de Acuña, autora del drama "Rienzi el tribuno"» que incluye en un poemario que publica el mismo año del estreno. Salvany era uno de los colaboradores de La Mesa Revuelta, una revista literaria dirigida por el común amigo Tomás de Asensi y en la cual Rosario también colabora. No debe de extrañar, por tanto,  que en sus páginas aparezcan también versos elogiosos. Allí se publica el poema escrito por Leopoldo Augusto de Cueto (Cartagena, 1815 - Madrid, 1901), cuya primera estrofa dice así:

Con tus veintitrés abriles

arduos problemas alcanzas

y en los abismos te lanzas

de las contiendas civiles

De hechuras bien diferentes es la poesía que le dedica José Ixart (con i latina o con y griega, que de las dos formas lo he visto escrito, incluso en el mismo texto, renglón arriba, renglón abajo), afamado crítico literario y, andando el tiempo, director de la revista ilustrada Artes y Letras que, con carácter mensual, se editó en Barcelona entre los años 1882 y 1883, contando con la colaboración de Eugenio Sellés, Armando Palacio Valdés o Leopoldo Alas, quien, por cierto es de los que utiliza «Ixart» en las cartas que le envía, aunque, curiosamente, Manuel de Montoliu titule José Yxart, el gran crítico del renacimiento literario catalán el libro publicado en 1956 y en el cual se recoge una relación de estas cartas enviadas por Clarín.

Copia de la poesía «A Rosario de Acuña», José Ixart, 1876

Mayor repercusión obtuvo la poesía escrita por José Martí (Cuba, 1853-1895), creada a partir de un error original, como bien podemos deducir de su mismo título: «A Rosario de Acuña. Poetisa cubana autora del drama "Rienzi el tribuno", laureado en Madrid» (⇑). Tras unos primeros versos halagadores, la oda se torna más arisca y Martí reclama a la joven poeta que rechace las ajenas alabanzas y retorne a la patria común:

Mas ¿cómo no te dueles, 

¡oh poetisa gentil!, de que en extraña 

tierra enemiga, te ornen los laureles 

amarillos y pálidos de España,

 si en tu patria de amor te espera fieles

 y el odio allí su brillantez no empaña?

[...]

El error de Martí fue motivo de discusiones (⇑), que se mantuvieron durante largo tiempo, entre quienes no admitían la posibilidad de que el «padre de la patria cubana» pudiera haberse equivocado («Era cubana. ¿Qué mayor autoridad que la de José Martí, quien seguramente la conoció en la Península o tuvo de ella exactas referencias?») y quienes aportaban datos que probaban que no había nacido en Jiguaní o en El Caney, sino que lo había hecho en España.

Segunda etapa

«Lo que antes escribiese, lo rechazo, como nacido en una edad nebulosa, que tenía reminiscencias del candor y recuerdos (emocionales para la mujer) de la propia mística...»: aquella carta en la cual se hace pública su adhesión al grupo de quienes defienden la libertad de conciencia supone el abandono de su carrera literaria y el inicio de su «campaña de Las Dominicales» (⇑). Nada será igual desde entonces, tampoco en el asunto del que estamos tratando: las poesías a ella dedicadas empiezan a escasear y ya no serán escritas por poetas, consagrados o noveles, sino por integrantes de la heterodoxia.  

Tan solo unos meses después de que fuera dada a conocer aquella carta, en el mismo semanario se hace pública una poesía a ella dedicada (⇑) escrita por Salvador Sellés (Alicante, 1848-Madrid, 1938), en cuyos versos se visualiza esa ruptura, los dos momentos, el de la joven y prometedora dramaturga («Desde entonces admiro / tu luz excelsa / en silencio y en sombra / sigo tus huellas, / ...» ), y el de la tenaz luchadora contra las supersticiones y el fanatismo («.../ a tus pobres hermanas / de cautiverio, / diles, emancipándolas: / –triunfad del miedo; / ...». 

Ya en plena campaña de Las Dominicales (⇑),  la sola mención de su nombre provoca el encendido aplauso de los unos y la vociferante crítica de los otros, como bien quedó de manifiesto en la visita que realizó a Luarca en el verano de 1877: «los centinelas valdesanos» se apresuraron a enviarle un anónimo con insultos y amenazas, al tiempo que sus partidarios organizaron una velada literaria en su honor en el casino de la villa. Enterado de tal circunstancia, el dramaturgo y publicista Eloy Perillán Buxó (Valladolid, 1848 - La Habana, 1889), que por entonces se encontraba en el cercano concejo de Coaña, lugar de nacimiento de su mujer, la también escritora y periodista Eva Infanzón Canel, Eva Canel, se acercó a la capital valdesana para dar lectura a un poema, escrito por un católico y cristiano confeso y   «dedicado a la ilustre escritora doña Rosario de Acuña», que tituló «La mitad del hombre» (se puede leer íntegramente en el comentario 75. De una visita a Luarca y de lo que allí aconteció ⇑), del cual aquí recordamos una de sus estrofas:

Pero esto no viene a cuento...

tú vas con otra idea en pos

con fervor y con talento,

que para amar bien a Dios

no es de rigor el convento...

Pasados ya algunos años de duro batallar, decide poner fin a la lucha activa con el estreno de El padre Juan: un drama escrito con pretensiones propagandísticas pues es una apología del librepensamiento, el triunfo de la luz de la razón frente a las tinieblas de la superstición. Tras el exitoso estreno en el madrileño teatro de La Alhambra, la  autoridad gubernativa decide suspender las representaciones, desatando la polémica: la prensa confesional apoya la medida por considerar herética la obra, mientras que desde otras cabeceras se critica, con mayor o menor beligerancia, la prohibición. Las Dominicales del Libre Pensamiento destacó por su decidido apoyo a la autora del drama. En uno de los números que salió a la luz semanas después de la prohibición se publicó un soneto escrito por Ángeles López de Ayala: un canto a la grandeza de su amiga (⇑), como bien se puede constatar leyendo sus últimos versos:

Pero ¿qué importa a tu esplendor radiante
el loco empeño y los esfuerzos vanos,
con que pretende el mísero intrigante

eclipsar tus destellos soberanos?
¡¡¡Tanto más colosal es el gigante,
cuanto más le circundan los enanos!!!

Texto de los sonetos «A Nakens» y «A Rosario de Acuña» 

Pasados ya unos años, cuando aquella campaña de Las Dominicales habitaba en el campo de los recuerdos, por más que, quizás a su pesar, ella aún se mantuviera en plena batalla contra todo tipo de injusticias porque nada de lo que sucedía a su alrededor le era indiferente, hasta la casa gijonesa del acantilado le llega un soneto de José Nakens (Sevilla, 1841 - Madrid, 1926), como contestación a otro que previamente le había escrito Rosario de Acuña, como resumen de sus comunes vidas vistas desde la atalaya de la vejez compartida, visión que comparte su compañero de batallas, el activista republicano y anticlerical : «Áspera y dura ha sido nuestra vida, / cuando tan fácil a los dos nos era / colgando nuestra pluma en la espetera, / trocarla en apacible o divertida. / »

Luis S. Arregui, quien andando el tiempo se convertirá en secretario del Círculo del Partido Republicano Federal de Gijón, es el autor de la poesía «A la señora doña Rosario de Acuña» que publica el diario gijonés El Noroeste algunas semanas antes de su muerte, que el republicano poeta presume aún lejana.

Poesía escrita por Luis S. Arregui


Tercera etapa

«A la que fue honra de nuestro sexo. La ilustre doña Rosario de Acuña» Luisa Cervera, 1923
La hora de la muerte es un buen momento para glosar las virtudes de quien nos abandona, sin escatimar elogios, incluso cuando se trata de alguien como ella que habitó en la heterodoxia; incluso si ha sido una mujer a quien en vida se la calificó de «harpía laica», «engendro sáfico», «hiena de putrefacciones» o «trapera de inmundicias». Dicen que en «España se entierra muy bien» y en su caso no fue una excepción: sus detractores tuvieron el detalle de guardar silencio, los tibios hablaron de sus dotes literarias obviando todo lo demás, y sus correligionarios llenaron páginas y más páginas con sus alabanzas, entre las que no faltaron las poesías. Tal fue el caso de «A la que fue honra de nuestro sexo. La ilustre doña Rosario de Acuña», un soneto escrito por Luisa Cervera (Requena, 1843 - Valencia, 1924) que fue publicado junto a otros recordatorios en El Motín de su amigo Nakens, en uno de los números aparecidos tras su muerte.

Epílogo 

Al cuarto lado que cierra este polígono poético ya me he referido al inicio, pues fue el origen de este comentario. Se trata de la poesía titulada «Casa de Rosario de Acuña», obra de José Luis Argüelles (Mieres, 1960) que forma parte de su poemario Morar, publicado en el recién finalizado 2023, el año del centenario de la muerte de la moradora de esa casa o faro, cuya luz aún perdura en el promontorio de El Cervigón, convertida en «un símbolo de la mejor España frente al odio de la carcunda», en palabras del poeta.


Casa del diablo y de la bruja, casa

batida por tormentas y rumores, 

por piedras de ignorancia fiera y rasa

que arrojaban oscuros odiadores.


Casa muy blanca en los acantilados

que azotan las mareas, casa en la ola, 

abierta casa para los alzados

contra las sombras, casa nunca sola.


Casa o faro en la noche gijonesa,

en la noche española, noche dura

de sables y sotanas, noche densa

frente a la casa cuya luz perdura.


La casa de Rosario de Acuña: alta

casa que guarda la razón más alta. 




También te pueden interesar


El Cervigón en el primer plenilunio de 2023 269. Un faro en El Cervigón
Toca pensar en el futuro ¿Qué hará la nueva corporación municipal con la Casa de Rosario de Acuña? ¿La mantendrá abierta y le dará un uso apropiado?, ¿la cerrará y pasará a estar, de nuevo...


Mujeres en una quintana asturiana (Fototeca del Museo del Pueblo de Asturias) 239. Las campesinas: protagonistas de la regeneración patria
Convencida de la influencia regeneradora de la vida en el campo para las personas y, por ende, para la sociedad, se muestra decidida a propagar sus ideas; quiere esparcir aquella simiente en terreno apropiado: en el de la mujer sensata, abierta...
 

Imagen del espacio dedicado a Rosario de Acuña en el portal Escritores de la BN159. En la Biblioteca Nacional
El pasado mes de marzo la Biblioteca Nacional abrió un nuevo portal dedicado a los autores cuyas obras están digitalizadas y accesibles en la Biblioteca Digital Hispánica. El espacio dedicado a Rosario de Acuña ofrece...
 

Asilo de perros de Battersea, Inglaterra. Grabado publicado en La Ilustración Española y Americana, 30-5-1886118. Señor alcalde: no los mate
Llega el verano y, como cada año, los perros vagabundos constituyen una de las principales preocupaciones de la ciudadanía. El temor a ser mordido por uno de estos animales abandonados, cuyo famélico aspecto los  convierte ... 
 
 
Esquela de Felipe de Acuña que hace pública el Ayuntamiento de Pinto19. El agradecimiento del pueblo de Pinto a Felipe de Acuña y Solís
El nombramiento de don Felipe de Acuña como jefe del Negociado de Agricultura resultó providencial para la villa de Pinto que, al fin, pudo conseguir la ansiada feria de ganados que tenía solicitada desde tiempo atrás...




 
© Todos los derechos reservados – Se permite la reproducción total o parcial de los textos siempre que se cite la procedencia 
Comentarios, preguntas o sugerencias: info.rosariodea@gmail.com
 

08 enero

283. «Jovellanos y Rosario de Acuña son los dos personajes fundamentales de Gijón»

 

Aceptando la invitación de mi estimado Luis Miguel Piñera, el pasado 26 de diciembre participé en la presentación de su último libro, titulado Rosario de Acuña y Gijón que tuvo lugar en el salón de recepciones del Ayuntamiento de Gijón. Cuando acudí a la cita tenía muy presente la frase que días antes leí en una entrevista que le hicieron para la ocasión: «Jovellanos y Rosario de Acuña son los dos personajes fundamentales de Gijón». No olvidemos que quien lo dice de forma tan clara y rotunda es el  Cronista Oficial de la Villa de Gijón, lo cual confiere a tal afirmación el marchamo de rigurosidad de quien tan bien conoce su historia. 

Sin duda aquella era una excelente ocasión para refrendar tal reconocimiento, una excelente manera de cerrar los actos del centenario de la muerte de nuestra protagonista. En la tribuna estarían presentes el cronista oficial y la alcaldesa de Gijón; y detrás, nada menos que el ministro de Gracia y Justicia don Gaspar Melchor de Jovellanos, atento a todo cuanto se dice desde ese cuadro que preside la estancia, una copia realizada por Rafael Carrillo de la obra que realizara Francisco de Goya en el año 1798.

Presentación de Rosario de Acuña y Gijón


Inició el acto la alcaldesa Carmen Moriyón enumerando los actos que se habían celebrado con ocasión del centenario y agradeciendo a las personas que habían participado en su organización: cumplieron el objetivo previsto, pues «Este año hemos sentido la presencia de Rosario de Acuña en la ciudad». Destacó también la importancia que para nuestra historia común tuvo esta gijonesa ejemplar, de gran dimensión humana, y como prueba recordó el episodio en el cual socorrió a unos náufragos cuyo barco había encallado en los acantilados de El Cervigón (⇑).

Luis Miguel Piñera, por su parte, dijo que tenía claro que a Rosario de Acuña le sedujo el «ambiente industrial y político gijonés», razón por la cual decidió convertirse en gijonesa; «Rosario de Acuña vivió en Gijón y vivió Gijón. Se integró profundamente en la vida de la ciudad». Aunque, como comentó durante su intervención, hubo quien se posicionó contra ella («contra ella estaban los irracionales»), gozó de la admiración y respeto de buena parte de la población gijonesa, como prueba el multitudinario homenaje que le tributó el día de su entierro.

Por lo que a mi intervención se refiere, creo que queda bien resumida en la reseña que apareció en la prensa al día siguiente: «Macrino Fernández Riera, autor del epílogo de la obra, elogió las actividades desarrolladas con motivo del centenario del fallecimiento de la escritora, si bien aprovechó el acto para poner sobre la mesa varias reivindicaciones». No obstante y por si fuera de interés, aquí queda el texto de la misma:


Buenos días 

La presentación de este libro supone el punto y final de las actividades organizadas con motivo del centenario de la muerte de Rosario de Acuña. Ahora que se acaban, creo que es buen momento para reconocer que no las tenía todas conmigo cuando en 2019 escribí un artículo, publicado en el periódico La Nueva España con el título «Cuatro años por delante», en el cual avisaba a la recién constituida corporación municipal, la anterior a la actual, de que la finalización de su mandato coincidiría con este centenario, al tiempo que recordaba quién había sido esta gijonesa ejemplar y también apuntaba algunas propuestas para la ocasión. 

Por si acaso, para que el olvido no hiciera de las suyas, al año siguiente volví sobre el asunto con un nuevo escrito de título aún más explícito: «Preparando el centenario de Rosario de Acuña», que tuvo su continuidad en otros más, que con carácter quincenal fueron apareciendo a partir de la primavera del 2022. No sé si semejante insistencia tuvo algo que ver en lo que sucedió después; quiero pensar que algo sí debió de influir. El caso es que, tras el verano y después de unos contactos previos, se puso todo en marcha. 

A partir de ahí, la red colaborativa impulsada por el equipo de la Dirección General de Igualdad fue dando los frutos que hemos ido disfrutando a lo largo de este año. Ya el inicio fue prometedor con una preciosa felicitación del nuevo año difundida por el Ayuntamiento, la agenda y el calendario de Igualdad, que en esta ocasión estuvo íntegramente dedicado a doña Rosario. Después siguieron los carteles del 8M ilustrados con su imagen, la exposición abierta al público durante tres meses en la casa de El Cervigón, el espectáculo Rosario Reflejo de Acuña (⇑) estrenado en el día del centenario en el Jovellanos, la colocación, por fin, de las placas que informan a quienes por el transitan que lo hacen por el Paseo Rosario de Acuña (⇑), una mesa redonda en la Feria del Libro, la unidad didáctica distribuida en los institutos, el cuento Érase Rosario de Acuña destinado a las lectoras más pequeñas y a los lectores primerizos…

Creo que no está nada mal, aunque, tengo que decirlo, echo en falta que aún no sepamos que va a pasar con la Casa de Rosario de Acuña, si volverá o no a estar de nuevo años y años sin un uso conocido; echo en falta que aún no se haya catalogado el archivo de José Bolado, para que pueda servir de punto de referencia en las investigaciones y destino de nuevas donaciones, como las que ha recibido en los últimos meses; echo en falta también que no se haya aprobado oficialmente que la estación ferroviaria de Gijón (⇑) –la de ahora, la de Sáenz Crespo que se abrió con carácter provisional en el año 2011, y la que en el futuro venga a sustituirla– lleve el nombre de Rosario de Acuña, tal y como se anunció en el pleno municipal de octubre del pasado año. 

Confío en que todo ello llegará, y lo hago desde el convencimiento de que Gijón es ahora más acuñista que hace un año, que cada vez somos más las personas que conocemos a esta gijonesa ejemplar, como bien he podido comprobar en las actividades organizadas por el Fórum de Política Feminista, en las de la Escuela Feminista Rosario de Acuña, las de la Biblioteca Jovellanos,  en las del Ateneo Obrero o en las visitas guiadas a la exposición; como también se ha podido constatar por su mayor presencia en las redes digitales, en los institutos, en las librerías, en los medios de comunicación… 

De esta unión cada vez más estrecha entre doña Rosario y la ciudad en la cual quiso vivir y morir, es buen ejemplo el libro que nos ha reunido hoy aquí, de título bien explícito. La condición de cronista oficial que desde hace unos meses ostenta su autor y la presencia en este acto de la alcaldesa de la ciudad suponen, a mi entender, un reconocimiento oficial o institucional de la importancia de esta gijonesa ejemplar en nuestra historia común, tan ejemplar y tan importante como bien quedó de manifiesto en esa afirmación que hemos escuchado en días pasados: «Jovellanos y Rosario de Acuña son los dos personajes fundamentales de Gijón». 

Luis Miguel Piñera, declarado jovellanista y acuñista confeso, hace ya tiempo que se unió a esta tarea colectiva de recuperación de su memoria, bien desde el añorado Club La Nueva España, en cuya programación no faltaba algún acto coincidiendo con el aniversario de su muerte, bien desde las páginas de la prensa local. Hace ya tiempo que había incluido a Rosario de Acuña Villanueva en la historia de este Gijón que tan bien conoce y que nos ha ido contando en decenas de libros y en centenares de artículos. A ella se ha referido en algunos de sus escritos, de los cuales quiero recordar también aquí dos de ellos, pues ponen de manifiesto la larga relación de doña Rosario con esta ciudad. 

El primero, que lleva por título «Acuña contra las tabernas», nos sitúa en un tiempo en el cual nuestra protagonista todavía no reside aquí, por más que la ciudad forme parte de su geografía familiar pues conoce Gijón desde bien joven, cuando solía venir para que sus enfermos y doloridos ojos se beneficiaran de los efectos salutíferos del Cantábrico. Estamos en 1888 y es probable que los directivos del por entonces joven Ateneo Obrero, conocedores de la intensa campaña que estaba desarrollando en defensa de la libertad de conciencia, quisieran contar con su colaboración. El caso es que les envía un discurso que fue leído en una velada celebrada en el verano de 1888 (⇑), en el cual insta a los obreros a alejarse de la taberna y acercarse al estudio, a convertirse en los protagonistas de la regeneración social. 

En «Virginia González y Rosario de Acuña, feministas y heterodoxas», se ocupa del encuentro de estas mujeres en el verano de 1919, cuando ya es una vecina que lleva años viviendo en la casa del acantilado. Nos cuenta que doña Rosario se desplazó hasta Turón. Lo hizo primero en tren, en un vagón de tercera, hasta la estación de Santullano y luego a pie, caminando al lado de las vagonetas y pisando escorias incendiadas, para abrazar a la dirigente socialista, de quien conocía, y admiraba, su destacada actividad política y sindical (⇑).

Y ahora, en Rosario de Acuña y Gijón, nos habla de estos y de otros destacados episodios de su etapa gijonesa, la última de su vida; también de la ciudad que ella conoció: su ciudad. Y es que, aunque en muchas ocasiones la viera desde la distancia, desde la lejana casa del acantilado, lo que en estas páginas queda de manifiesto es que nada de lo que sucedía a su alrededor le resultaba indiferente, que a pesar de sus muchos años de lucha, ella siguió hasta sus últimos días defendiendo a los más necesitados y batallando contra la marginación de las mujeres, sus hermanas. 

Estimado Luismi, creo que quedan cosas por conocer, cosas por divulgar, cosas por hacer; creo que esto no es un epílogo sino más bien el prólogo de lo que aún está por venir, que se inicia ya mismo, con lo que seguidamente nos vas a contar. 

 



También te pueden interesar


Portada del libro280. Veinte cartas recuperadas
Cada una de las piezas de este libro es capaz, por sí sola, de despertar la admiración y el interés hacia esta extraordinaria mujer, polifacética y transgresora. Para que nada falte, se incluyen veinte de sus cartas  que hasta ahora han permanecido desperdigadas por archivos y  bibliotecas...
 


Dibujo de Antonio de Acuña Solís publicado en 1882175. La sobrina descarriada
Junto al primo Pedro Manuel, los hermanos Felipe, Antonio y Cristóbal forman un grupo muy bien avenido. Compartían aficiones, inquietudes políticas y proyectos empresariales. Rosario de Acuña, la hija única de Felipe, era la mayor de las sobrinas...
 
 
 
Fotografía de Joaquín Dicenta, Crónica (3-5-1931)126. Su amigo Joaquín Dicenta
De lo que sí tenemos constancia es de alguno de sus encuentros, como el que tuvo lugar en marzo de 1907, cuando Rosario de Acuña se traslada de Santander a Madrid para acudir al estreno del drama Daniel. La librepensadora asiste a la representación, pública...

 

Dibujo de la Puerta de Alcalá, publicado en La Ilustración Española y Americana en marzo de 187583. Que no, que no... que nació en Madrid
Sirva el hecho como muestra de la confusión que rige nuestros actos: tal parece que nos importa más la cantidad que la calidad, la rapidez que la verdad. ¿Para que perder tiempo contrastando una fecha, un dato... una muerte? Lo de copiar y pegar...
 
 
 
Portada del libro27. Una heterodoxa en la España del Concordato
El Concordato de 1851 va a poner fin a las veleidades liberales en materia religiosa: el acuerdo encomienda a la jerarquía católica la misión de «velar sobre la pureza de la doctrina de la fe, y de las costumbres, y sobre la educación religiosa de la juventud...



 
© Todos los derechos reservados – Se permite la reproducción total o parcial de los textos siempre que se cite la procedencia 
Comentarios, preguntas o sugerencias: info.rosariodea@gmail.com